lunes, 11 de agosto de 2008

Así murió el ex dictador Stroessner (1)


Alfredo "Goli" Stroessner trata de huir del asedio de la prensa por una salida lateral del Hospital Santa Luzia, pero le dan alcance. (Foto: A.C.G.)

Gustavo Stroessner y su sobrino Diego Domínguez son descubierto tratando de alejarse del Hospital, donde el ex dictador estaba internado. (Foto: A.C.G).


La primera nota lograda el domingo 13 de agosto y publicada el lunes en portada de Última Hora.

La crónica detrás de la crónica: Revelaciones del enviado de Última Hora y Telefuturo que acompañó la larga agonía del Tiranosaurio, a dos años de su fallecimiento en Brasilia.

Por Andrés Colmán Gutiérrez

Asunción, 12 de agosto de 2006.
Son las 21.50 de una calurosa noche de sábado. Tras una agotadora semana laboral, me dispongo a disfrutar de una agradable velada, en compañía de una querida amiga. Una copa de vino, una rica pizza casera, una amable plática junto a la piscina, cuando suena el teléfono celular.
En el identificador de llamadas salta el nombre luminoso de Oscar Ayala Bogarín, jefe de Redacción de Última Hora. Es casi seguro que no llama para saludar. ¿Qué hago? ¿Atiendo o me hago el ñembotavy?
-¿Hola…?
-Vos tenés siempre listo tu equipaje, ¿verdad? Quiero que estés en el Aeropuerto para las 5 de la mañana.
-¡Noooo…! Mañana ningo es domingo. Necesito quedarme en camita hasta bien tarde. ¿No tenés pio otra víctima…?
-Puedo mandar a otro, pero este tema es para vos. Stroessner está agonizando en un hospital de Brasilia. Una fuente muy cercana me asegura que esta vez no sobrevive. Ya te reservé pasaje en el primer vuelo de Tam.
-¿A qué hora en el Aeropuerto, me dijiste…?
A las 04:15, el chofer del móvil de Última Hora toca la bocina en la puerta. En el Silvio Pettirossi me encuentro con Rufino Recalde, camarógrafo de Telefuturo, quien será mi compañero de viaje. Me entrega los pasajes y viáticos que algún somnoliento administrador tuvo que proveer en medio de madrugada.
-¿Vos conocés Brasilia? Yo nunca antes estuve… –confiesa Rufino, mientras la nave se desliza entre las nubes.
Le digo que sí, que ya estuve en dos ocasiones. La última fue en marzo de 2004, cuando el entonces director de ÚH, Tony Carmona, me envió a relatar el dorado exilio de Stroessner. No pude entrevistarlo, pero alcancé a verlo fugazmente en su auto junto al Lago Paranoá, y logré acceder a invalorables testimonios para reconstruir su vida cotidiana en la Fortaleza de la Soledad.

EL CERCO PERIODÍSTICO. Llegamos a Brasilia después del mediodía. Nos registramos en el Hotel das Naçoes y en seguida abordamos un taxi hasta el Hospital Santa Luzia, en el Sector Hospitalario Sur, donde está internado el ex dictador, según nuestra fuente.
Desde Asunción ya habían realizado consultas telefónicas y el Hospital lo había negado reiteradas veces: No hay ningún paciente con el nombre de Alfredo Stroessner. Para mayor confusión, su nieto homónimo, Alfredo “Goli”, había asegurado a una radioemisora paraguaya que el anciano general se estaba recuperando satisfactoriamente en su residencia particular, fuera de peligro.
En la entrada del Hospital no hay periodistas apostados, ni parientes o amigos conocidos. ¿Habrá sido falso el dato? Le digo a Rufino que guarde su cámara y me espere afuera. Con cara de visitante perdido me acerco a la recepcionista. Una de las ventajas de haber crecido en la región fronteriza de Canindeyú, es haber aprendido a hablar bien el portugués. Pregunto “¿Aonde fica a Unidade de Cuidados Intensivos?”, y ella me indica un largo pasillo.
Al final, una puerta cerrada y protegida celosamente por dos hombres de traje negro. Imposible pasar. Al lado, un escritorio y otra recepcionista. Morocha simpática, muy bella. Me acerco. Esta vez hablo en español. Le digo que acabo de llegar del Paraguay y busco a un “conocido” que está internado allí.
-¡Nao se pode pasar…! –me avisa-. ¿Cómo chama o paciente que vocé procura?
-Stroessner. Alfredo Stroessner.
Ella escribe en la computadora. El nombre no le resulta extraño. Algo sale en la pantalla que no alcanzo a ver.
-¿Vocé e parente dele…?
-Vengo del Paraguay, quisiera verlo o hablar con alguien de la familia, por favor… -le ruego.
-Vocé me aguarda un momentiño, por favor –dice ella, con una dulce sonrisa, mientras levanta el tubo. Siento que los latidos de mi corazón se detienen.

LA CONFIRMACIÓN. Pasa un largo silencio hasta que alguien, al otro lado del tubo, contesta.
-¡Oi…! ¿O Bestard está…?
La telefonista ha dicho otro nombre, pero a mi me pareció escuchar “Bestard”, y allí surge una confusión. ¿Será el doctor Miguel Angel Bestard, uno de los más cercanos ex colaboradores de Stroessner?
-Tein aquí uma pessoa que veio do Paraguay, para visitar vocês. ¿O que faço? ¿Deixo ele subir...? –pregunta ella.
Yo rezo para que le digan que sí, pero evidentemente la voz al otro lado del tubo dice otra cosa. Ella me mira y me hace un gesto de que me aproxime. Me pasa el teléfono.
-¿Hola…? –oigo una voz masculina, en tono seco pero amable, en un español bien paraguayo.
¿Será Bestard…? Me juego.
-¿Hola…? ¿Doctor Bestard…? –pregunto.
La voz duda un momento.
-Si… ¿usted quién es?
-Soy Andrés Colmán, periodista del diario Última Hora y del canal Telefuturo, acabo de llegar de Asunción. Quisiera conocer el estado de salud en que se encuentra el general Stroessner.
-¡No, no, no…! -se alarma, y deja percibir un tono de enojo, aunque no pierde la cortesía-. Perdone, pero no le puedo dar ninguna información. Con la prensa no podemos hablar. Esto es algo privado, de la familia…
-Entiendo, doctor –le insisto, tratando de que no corte el teléfono-. Le agradezco su amabilidad. Respetamos el dolor de la familia, pero entiendan ustedes de que se trata de la salud de una figura política muy importante en el Paraguay, y es natural que busquemos información.
-Si, si, entiendo… pero no le puedo decir nada más.
-Doctor, ya sabemos que Stroessner está internado aquí, en terapia intensiva, aunque hayan querido negarlo. ¿Nos puede decir cuál es su estado?
-El está bien, está muy bien, pero no le puedo decir nada más. ¡Gracias, y tenga buenos días…! –se despide, tajante, aunque sin cortar.
-¡Gracias, doctor…! –le digo.
Recién entonces escucho que el teléfono hace click.

BESTARD NO ERA BESTARD. Me siento eufórico. He obtenido la confirmación plena de que Stroessner está internado en terapia intensiva, un dato hasta entonces negado a todos los medios. Me despido apurado de la bella telefonista con mi mejor sonrisa. Si tuviera más confianza, le daría un beso.
Son casi las 5 de la tarde. Arrastro a Rufino hasta el estacionamiento y le tomo unas fotos mientras él filma con su cámara la fachada del hospital. Esa será la foto de tapa de la edición de Última Hora del lunes 14 de agosto de 2006, con un gran título que lo dice todo: “Stroessner agoniza”.
Empieza a oscurecer cuando llego al Hotel y me dirigo al Business Center. Hay una turista revisando mails en la única computadora con conexión a internet. Le pongo cara de desesperado, y me dice que ya está por terminar. Me siento y escribo un largo relato, que lleva como antetítulo genérico: “El ocaso del general”. Perdón, maestro Gabo.
Transcribo textualmente mi odisea y mi conversación con el supuesto “doctor Bestard”. Despacho el texto con las fotos, y después me instalo en la habitación para esperar que me llamen desde el canal para pasar un informe telefónico en Telediario, con Oscar Acosta y Sannie López Garelli.
Cuando finalmente corto el teléfono, ya son casi las diez de la noche en Brasilia. Recién entonces descubrimos que estamos muertos de hambre, que no hemos comido casi nada desde el desayuno en el avión, a media mañana. Salimos a la calle y está casi todo cerrado. Los brazilienses duermen temprano, aún más un domingo.
En una esquina, una “chopería” congrega a los últimos noctámbulos. Allí vamos: una ronda de “cervejiña” con casquiñas de sirí. ¡Ah, que delicia! Y un brindis por el primer éxito periodístico.
Lo que no sabía entonces, y lo supe solo dos días después, cuando hablé con una persona muy allegada a la familia Stroessner, era que “el doctor Bestard” no era el doctor Bestard. “Nunca estuvo ningún Bestard en el hospital. El único que estaba allí, esa tarde, aparte de los médicos y enfermeras, era el propio coronel Gustavo Stroessner”, me aseguró la fuente. Y luego me dio la estocada más dolorosa: “¡Vos hablaste personalmente con Gustavo, y no te diste cuenta!”.
Claro. La telefonista había dicho “Gustavo”, pero por su cerrado acento, yo entendí “Bestard”. El coronel solo me había seguido el apunte, aprovechándose de mi confusión. ¡Si hubiera sabido que estaba entrevistando al mismo Gustavo Strossner, el tono de esa primera nota hubiera sido muy diferente!

Lea en la próxima entrega: El gran Rubio, reducido a un alfeñique de 45 kilos.

martes, 5 de agosto de 2008

El delito de ser brasiguayo


Hay algo de peligroso y preocupante en la renovada campaña "antibrasileña" que impulsan algunos dirigentes de organizaciones campesinas, como el inefable Elvio Benítez, de la Coordinadora de Lucha por la Defensa de la Soberanía, de San Pedro.
Desde aquella mediática quema de una bandera "verde amarela" durante un acto público en Santa Rosa del Aguaray, en mayo pasado, frente a la propiedad del productor Ulises Teixeira, hasta las recientes amenazas de ocupar tierras de varios inmigrantes en el segundo departamento, con agresivas pancartas que rezan "¡Fuera brasileños!", ha ido resurgiendo un discurso que denota actitudes de xenofobia (odio, repugnancia u hostilidad hacia los extranjeros), intolerancia y populismo seudonacionalista.
¿Es ahora un delito haber nacido en Brasil y vivir en el Paraguay, hablar con un acento marcado por el portugués? Cuidado: hay demasiadas terribles experiencias acerca de discriminaciones y persecuciones en la historia de la humanidad, solo por haber nacido en otro territorio, por ser y expresarse de modo diferente.
Es cierto que hay irregularidades que envuelven a un sector de los inmigrantes de origen brasileño, pero son exclusiva responsabilidad de las autoridades paraguayas.
Si las mejores tierras fronterizas de Itapúa, Alto Paraná, Canindeyú, Amambay y Alto Paraguay fueron malvendidas a los "fazendeiros", fue culpa de la corrupta dictadura stronista y los sucesivos gobiernos que hipotecaron la soberanía territorial. Si hubo aniquilación de bosques vírgenes y destrucción de recursos naturales para imponer cultivos extensivos de soja, fue por la incapacidad de las autoridades paraguayas en proteger el patrimonio ambiental.
Los brasiguayos no son invasores. Llegaron con el sueño de labrarse un porvenir (como tantos paraguayos van a la Argentina y al Brasil, a España o Estados Unidos). Han fundado prósperas comunidades, como Santa Rita, Naranjal, San Alberto, Santa Fe, Iruña... a las cuales se han ido integrando muchos paraguayos criollos, en un rico proceso multicultural.
Ellos han visto nacer a sus hijos en esta tierra roja y sienten que es su nueva patria. Reclaman un lugar en este nuevo tiempo que el país comienza a caminar.
¿Quién les puede negar ese derecho?