viernes, 30 de abril de 2010

México en Paraguay


El senador Robert Acevedo mostrando el sitio por donde se sacan cargamentos de cocaínas, arrojados desde avionetas al aterrizar, en la cabecera del aeropuerto de Pedro Juan Caballero.

Sucedió en Colombia, sucede en México y está sucediendo cada vez más en el Norte del Paraguay: Mafias del narcotráfico que se instalan y controlan territorios enteros en zonas de frontera, ante un Estado ausente o con representantes que se dejan corromper, o no actúan por miedo.
Asesinatos y ajustes de cuentas a plena luz del día. Atentados a balazos contra periodistas o autoridades, como el caso del director propietario de radio Mburucuyá, Santiago Leguizamón (hace 19 años, crimen aún impune) o el del senador liberal Robert Acevedo, propietario de Radio Amambay, el pasado lunes, quien salvó su vida por milagro. Ambos ataques en una fecha más que simbólica: 26 de abril, Día del Periodista Paraguayo.
En el Norte de México, hace más de una década se declaró una guerra sin cuartel entre siete cárteles de la droga -Golfo, Tijuana, Sinaloa, Milenio, Oaxaca, Colima, Juárez- que en los últimos tres años provocó el asesinato de más de 15.000 personas, según informes de Amnistía Internacional.
En el Paraguay, desde los años 90, se viene registrando una guerra abierta entre organizaciones criminales brasileñas como el Primer Comando Capital (PCC) y el Comando Vermelho (CV) por controlar la producción y la comercialización de la marihuana y el crack, en los departamentos de Amambay, Canindeyú, Alto Paraná, San Pedro y Concepción, así como la recepción y la redistribución de la cocaína procedente de Bolivia, con agregado del tráfico de armas y el lavado de dinero, entre otros negocios ilícitos.
No hay datos sistematizados sobre la cantidad de asesinatos registrados en esta escalada de violencia criminal, pero ya ascienden a miles. Si le sumamos las acciones armadas del llamado Ejército del Pueblo Paraguayo (EPP) en la región, tenemos un caldo de cultivo más que preocupante. Lindo escenario para el encuentro entre el presidente paraguayo, Fernando Lugo, y su par brasileño, Lula da Silva, en la ciudad fronteriza de Ponta Porá, este lunes 3 de mayo.
Ninguno de los anteriores Gobiernos colorados que emergieron tras el derrocamiento de la dictadura stronista han querido enfrentar con firmeza a la mafia criminal del narcotráfico, quizás porque sus tentáculos llegaban (y siguen llegando) hasta la gran mayoría de las instituciones del Estado. La administración de Fernando Lugo es la primera que demuestra signos de dar una batalla más fuerte y decidida, con la aplicación del actual Estado de Excepción y el desplazamiento de fuerzas policiales y militares a la zona, pero no resultará fácil.
Hay que restablecer la presencia del Estado en ese vasto territorio sin Ley, barrer con policías, militares, aduaneros, fiscales y jueces corruptos, y desarrollar nuevos proyectos de desarrollo social para rescatar a las poblaciones de más de cien años de soledad. Desafío grande para el Gobierno, pero aun más para toda la sociedad paraguaya. ¡Hay que detener la escalada de muerte y violencia, antes de que sea muy tarde!

sábado, 24 de abril de 2010

Caso Santiago Leguizamón: La marca de la impunidad


Pedro Juan Caballero, Paraguay, verano de 1985. Desde la ventanilla, la ciudad se extendía como un árido sueño difuminado entre remolinos de tierra roja.
El ómnibus me dejó frente a un céntrico hotel, en la zona más turbulenta junto a la línea divisoria. La tarde empezaba a caer y el aire parecía impregnado con un denso olor a barricada. Me instalé en una habitación y pedí un teléfono. Busqué el número del corresponsal que alguien me había apuntado en un papel. Me habían dicho que se trataba del director de una radio local.
El papel decía: 2598, Radio Mburucuyá, Santiago Leguizamón.
Una voz grave y enérgica me respondió desde el otro lado del tubo. Le expliqué que acababa de llegar, enviado por el diario para realizar una serie de notas periodísticas, y que necesitaba su ayuda. Me preguntó donde estaba alojado y le di el nombre del hotel. Entonces, con un tono imperativo que en principio me asustó, me ordenó que recogiera inmediatamente mis cosas y lo esperara a la entrada.
-Vas a venir a la radio –me dijo-. No voy a permitir que un colega quede abandonado en ese antro de pandillaje.
Toda protesta fue en vano. Quince minutos más tarde, un hombre corpulento y burlón preguntaba por mí en la recepción. Allí empecé a conocerlo, sin presagiar todavía que me encontraba frente a la dimensión de una leyenda.

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En esa época, el local de Radio Mburucuyá no era más que una pequeña casa de tablas construida en medio de un enorme terreno baldío, casi en las afueras de la ciudad, a unos setecientos metros de la “terra de ningueim” (tierra de nadie), como llaman los lugareños a ese mundo entre dos países que es la frontera seca paraguayo-brasileña.
Una precaria torre de metal que bailaba con las ráfagas del viento norte le servía de antena. Más de una vez la estructura fue derribada por las tormentas, pero a los pocos días estaba otra vez levantada, desafiante, irradiando su mensaje transgresor.
Adentro, en un pequeño estudio armado con equipos que parecían sacados de un museo, Santiago Leguizamón ofrecía cotidianamente su programa Puertas abiertas, un espacio de libre comunicación que abarcaba todo el territorio de la mañana, tejiendo una amplia red de información y solidaridad, mas allá del constante sobresalto de vivir en la frontera.
Me impresionó encontrar esa línea periodística tan claramente crítica y comprometida con el cambio en una radioemisora del interior, sobre todo en una zona tan marcada por la corrupción y la violencia como el Amambay. En medio de la tormentosa niebla represiva de la dictadura, Santiago había logrado encender una luz de esperanza para toda la ciudadanía honesta de Pedro Juan Caballero, con la que se identificaron decididamente quienes deseaban convertir esa comarca del terror en un espacio de integración y convivencia solidaria.

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-¿Por qué Radio Mburucuyá es prácticamente una excepción con respecto a las demás radios del interior? –le pregunté una mañana, mientras tomábamos mate en el estudio, antes de empezar la transmisión.
-El secreto es muy sencillo –me respondió-. Para mí, el micrófono de la radio es mucho más que un simple trozo de metal.

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Su dormitorio estaba instalado en una habitación contigua al estudio de la radio. Allí, al lado de la suya, en forma permanente había dos o tres camas disponibles “para los atorrantes que siempre caen de visita”. Le gustaba compartir su casa, su vida y su trabajo, como si la entrega hacia los demás fuera su mejor forma de ser feliz.
Como empresario era buen periodista. Pasaba avisos radiales que nunca se facturaban, porque eran pedidos de sus múltiples amigos o correspondían a algún servicio social. Allá por el 88 se le ocurrió la idea de instalar un “negocio anexo” a la emisora, un lavadero automático para vehículos, que resultó en un rotundo fracaso. Allí quedaron las costosas instalaciones, sub utilizadas para lavar los “móviles” de la radio, que se reducían a una camioneta, una citroneta destartalada, una moto y algunas bicicletas.
Desde 1990 había comenzado a editar Mburucuyá Revista. Perdía plata, pero no le importaba.
-Si quisiera volverme millonario, vendería la radio y me dedicaría al contrabando –me dijo una vez-. Me resultaría tremendamente fácil, porque conozco a todos los mafiosos de la zona.

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Conocía a la mafia, sí. Pero desde el otro lado de las barricadas de combate, que había comenzado a edificar con sus palabras aceradas, defendiendo a golpes de claridad el nebuloso sueño de la democracia.
Cada vez que uno de sus móviles llamaba para informar que había amanecido un cuerpo acribillado en medio de la línea divisoria, Santiago se indignaba porque daban la noticia como quien informa sobre el estado de tiempo.
“No podemos resignarnos a aceptar el crimen en Pedro Juan como parte de la vida cotidiana. Cada asesinato tiene que seguir siendo un motivo de escándalo”, exhortaba en sus programas.
Una de sus frases favoritas era la que se atribuye a San Juan Crisóstomo y que estampó con letras visibles en el primer número de Mburucuyá Revista. La frase dice: “Hay que temer más el escándalo que produce el silencio, y no el escándalo que proviene de la verdad revelada”.

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Vivir bajo constante presión y recibiendo continuas amenazas no le impedía derrochar su espíritu farrista y dicharachero. Le gustaba organizar asados en el patio de la radio, compartir el whisky, la cerveza o la caipirinha. Acudía casi todos los días a almorzar en su lugar favorito: el “Pato Restaurante”, propiedad de uno de sus amigos más queridos, Julio Cesar Acosta, entonces presidente de la Liga Deportiva del Amambay, quien se negaba a cobrarle la cuenta a pesar de sus continuas protestas.
“La feijoada que preparan en el Pato es lo mejor de Pedro Juan y Ponta Porá”, solia propagar. Precisamente, ese trágico viernes del 26 de abril de 1991, Santiago se dirigía al mismo local para celebrar el Día del Periodista con sus amigos y toda la gente de la radio, cuando la muerte lo esperó en una esquina. Desde entonces, en el Pato quedó un lugar vacío junto a una mesa que ya nunca nadie podrá llenar.

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En principio se burlaba de las amenazas de muerte y los avisos que le hacían llegar los mafiosos. Aquella mañana, horas antes de su muerte, le dijo a Humberto Rubín: “Prefiero la muerte física a la muerte ética”. Llevaba un revólver en la guantera, más para tranquilizar a sus amigos que como verdadera medida de precaución. Aceptaba la compañía de su fiel e incondicional secretario Pedro “Carapé” Cabral, no tanto por seguridad, sino para tener a álguien que oyera sus plagueos. La ultima vez que lo vi fue dos meses antes de su muerte, cuando pasó por la redacción del diario a dejarme los últimos ejemplares de su revista. Me contó que un conocido industrial yerbatero de Pedro Juan le había dicho: “Cuidate, porque te van a matar”.
Recuerdo que en esa ocasión le pregunté algo que ya varias veces le habíamos cuestionado con otros colegas: si valía la pena ese estilo de “periodismo kamikaze” que él ejercía con tanta audacia en esa región donde no hay policías ni jueces que te puedan proteger. Recuerdo que hubo un largo silencio, antes de que me respondiera con otra pregunta: “¿Y te parece que hay otra manera...?”.

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Cuando se supo la trágica noticia, me encontraba con los colegas Héctor Guerín y Oscar Torrents en Ciudad del Este, en una conferencia con los estudiantes de periodismo, y recuerdo que ninguno supo qué decir. Nos quedamos largamente en silencio, juntando bronca y dolor
Después vinieron las marchas, el sepelio desgarrador, la indignación, las promesas del presidente Andrés Rodríguez: “No descansaremos hasta atrapar a los asesinos”. El rostro de Santiago multiplicado en pancartas y volantes. Santiago con alas de ángel dibujado por Casartelli. Santiago estatua de bronce gracias a Herman Guggiari. Santiago convertido en nombre de una calle. Santiago premio de periodismo. Santiago en los informes internacionales sobre derechos humanos. Santiago ritual de encuentro cada 26 de abril, con flores, discursos y velas encendidas. Santiago grito, canción, proclama, símbolo vivo, espina lacerante.
Y por detrás de todo, una realidad cruel: el caso Santiago Leguizamón es el patético ejemplo de la inoperancia del trabajo policial y judicial en el Paraguay.
UN paciente trabajo realizado por los periodistas y abogados José Valiente y Eligio Fariña, quienes -por encargo del Sindicato de Periodistas del Paraguay (SPP), con apoyo del Ministerio Público y de la organización Reporteros sin Fronteras- durante largos meses bucearon de lleno en el voluminoso Expediente N° 70 del Juzgado del Crimen del Amambay, permitió revelar las elementales e inexplicables torpezas cometidas desde el principio en el proceso de la investigación, los múltiples y sospechosos cabos que se dejaron sueltos, como si existiera una deliberada voluntad oficial de permitir que el crimen de Santiago Leguizamón continúe en la más absoluta impunidad, mientras sus asesinos se pasean por las calles, a plena luz del día.
El informe fue presentado por el SPP a las máximas autoridades del poder Judicial, del Poder Legislativo y del Poder Ejecutivo, a principios de 1998. Desde entonces, a pesar de las públicas promesas, no se ha avanzado casi nada.
El expediente N° 70 duerme su sueño telarañas en algún estante olvidado del Poder Judicial.

viernes, 23 de abril de 2010

El sitio al Estado


La declaración del Estado de Excepción en cinco departamentos del país revela la incapacidad del Gobierno de enfrentar a los integrantes del llamado Ejército del Pueblo Paraguayo (EPP) con los recursos ordinarios del Estado de Derecho.
Aunque los constituyentes de 1992 le hayan puesto un nombre más moderno, la aplicación del artículo 288 de la carta magna evoca inevitablemente al viejo y odioso Estado de Sitio que la dictadura del general Alfredo Stroessner aplicó arbitrariamente durante 35 años para perseguir, encarcelar, torturar y asesinar a miles de paraguayos.
Puede sonar a un simple juego de palabras, pero la instauración del Estado de Sitio implica también reconocer que una pequeña pero violenta banda armada de secuestradores con entrenamiento guerrillero ha logrado poner en sitio al Estado, al punto de obligarle a aplicar su recurso constitucional más extremo.
Visto de este modo, los miembros del EPP han logrado su objetivo mediático, ya que con esta declaración el Gobierno les otorga de hecho, aunque no oficialmente, el carácter de guerrilleros, sediciosos o contrainsurgentes que tanto estaban reclamando, contradiciendo a la estrategia originaria del ministro del Interior, Rafael Filizzola, de tratarlos simplemente como delincuentes comunes.
No hay dudas de que la gran mayoría de la población apoya la declaración del Estado de Excepción, tras la criminal y despiadada violencia con que los presuntos miembro del EPP asesinaron a cuatro personas en la zona de Arroyito, Concepción, el pasado miércoles 21 de abril, pero ello no impide que surjan temores y fantasmas ante el retorno de esta extrema figura constitucional.
El Estado de Excepción implica inevitablemente un retroceso democrático, porque recorta las libertades civiles en los lugares donde estará en vigencia. Siempre existe el riesgo de que se cometan abusos durante su implementación, por tanto la prensa y las organizaciones de la sociedad civil, especialmente las de derechos humanos, deberán estar muy vigilantes. Y ojalá sirva realmente para terminar de una vez con la amenaza del EPP, y devolver la paz y la tranquilidad que tanto necesita el Paraguay
Por último, no deja de ser estimulante ver a los dirigentes de los principales partidos políticos presentándose unidos para apoyar el Estado de Excepción. ¿No podrían unirse también para avanzar juntos en otras cosas más positivas para el país?

viernes, 16 de abril de 2010

Los sueños de aquel 20 de abril


La portada del diario Última Hora todavía está allí, pegada como un póster en la pared de la oficina.
El papel se ha puesto amarillento y ajado, pero aún puede verse la imagen de un Fernando Lugo sonriente, la bandera paraguaya sobre los hombros, el puño izquierdo levantado contra el fondo de una multitud eufórica frente al Panteón de los Héroes. Un titular enorme y contundente: “Lugo tumba al Partido Colorado”. Es el fiel retrato periodístico de aquella noche del 20 de abril de 2008, un parte aguas en la historia política contemporánea del Paraguay.
Dos años después, otras tapas de diarios se amontonan sobre el escritorio. “Corrupción en la era Lugo”. “Juez procesa a Soares y Lugo lo deja en el cargo”. “Fiscal imputa al titular de Petropar por caso PDVSA”. Otro tiempo, otro clima, otras noticias. ¿Tanto ha cambiado todo en tan poco tiempo? ¿En dónde están los sueños de aquel 20 de abril?
No es fácil separar el trigo de la cizaña de intereses tan determinados. No es fácil ser críticos sin caer en el juego perverso de quienes perdieron sus privilegios aquel domingo histórico y hoy acechan con demenciales teorías de conspiración y amenazas de juicios políticos o golpes de Estado. No es fácil informar sobre los cada vez mayores hechos de irregularidad o corrupción en el Gobierno Lugo, sin ser pretendidamente descalificados como propiciadores de una “campaña mediática de desprestigio y persecución política”, aunque suene al mismo libreto del anterior Gobierno colorado ante las denuncias periodísticas.
Quizás era previsible el desgaste en el poder de un Gobierno de signo político nuevo, que prometía ser distinto y acaba cayendo en varios de los mismos vicios que se propuso transformar, pero aún habrá que poner en la balanza algunos de sus logros, más simbólicos que efectivos: la gratuidad de la salud pública, los esfuerzos por una educación más despolitizada y de mejor calidad, la desigual batalla por limpiar la corrupción en la Policía, los valederos intentos por formalizar la economía.
Convengamos en que este no es el Gobierno distinto que soñábamos aquella noche, y quizás ya no tenga la oportunidad de serlo en el resto del camino que le queda. Pero fue quizás la única opción concreta que nos dio la historia, en su momento, para poner fin al largo periodo de dictaduras asesinas y democracias corruptas enmascaradas, que dejaron a un país hundido en el fondo del pozo más oscuro, y cuya trágica consecuencia la seguimos pagando hasta ahora. De lo que Fernando Lugo y sus colaboradores hayan hecho -y todavía puedan hacer o dejar de hacer- con los sueños ciudadanos, tendrán que rendir cuentas. Pero esos sueños permanecen vivos, y más temprano que tarde exigirán nuevos caminos a la historia.

viernes, 9 de abril de 2010

Top Secret

Las acusaciones del ministro del Interior, Rafael Filizzola, contra los medios periodísticos que divulgaron grabaciones de la negociación entre familiares de Fidel Zavala y los secuestradores miembros del Ejército del Pueblo Paraguayo (EPP), para lograr su liberación, han provocado un interesante debate sobre los límites éticos de la prensa, y la responsabilidad en torno a la libertad de expresión y el derecho a la información, a pocos días de celebrarse el Día del Periodista Paraguayo.
Filizzola confunde la función del periodismo. La prensa no trabaja para el Gobierno, ni para el sistema de Justicia, ni para los organismos de seguridad, ni para los investigadores del caso Zavala, y no está obligada a “colaborar con la investigación”, ni a responder a criterios internos de la burocracia estatal. La prensa está al servicio de la sociedad, a la que debe proveer en forma libre toda información de interés público, que ayude a los ciudadanos a formarse criterios para juzgar los temas de actualidad, incluyendo la misma actuación del Gobierno y los organismos de seguridad.
¿Las grabaciones del caso Zavala son de interés público? Una vez liberada la víctima, sí lo son, pues aportan reveladores detalles de cómo se manejó la negociación en un secuestro que tuvo mucha repercusión política y social. Cualquier editor que acceda a un material como este, lo va a publicar por su evidente valor periodístico, sin estar calibrando si beneficia a los delincuentes o si beneficia al Gobierno, como pretende el ministro del interior. La noticia es noticia, y punto.
¿El material era de carácter confidencial, por tanto no debía ser publicado? La esencia del periodismo de investigación es obtener información importante que los poderes mantienen oculto. Si se obtuvo una grabación “top secret”, eso habla bien de la habilidad de los periodistas en hacer su trabajo, y habla mal del Gobierno y de los servicios de seguridad que no supieron resguardar la confidencialidad, como para evitar filtraciones.
¿Qué la publicación favorece a los delincuentes y debilita la imagen de los investigadores? Si esa es la lectura de la realidad… ¡sorry! Pero convengamos en que los investigadores ayudan muy poco a no mostrar falencias, cuando la propia fiscala del caso admite que desconocía la existencia de las grabaciones, y luego el Fiscal General la contradice públicamente, tras una semana de intercambio de acusaciones entre el Ministerio del Interior y el Ministerio Público.
Llama la atención que Rafael Filizzola ataque a los periodistas por hacer su trabajo. Justamente él, que en su época de ejercer como abogado y luego como parlamentario, supo ser un gran estudioso y un abanderado del derecho a la información. ¿Será que cambia tanto la perspectiva desde el ejercicio del poder?

martes, 6 de abril de 2010

Tribunal a bordo de un ómnibus


Sucedió el miércoles, cerca del mediodía, a bordo de un ómnibus de la línea 21, en su recorrido por la avenida Eusebio Ayala. Yo andaba por Asunción, realizando apurados trámites antes de emprender una expedición al Sur, cuando la realidad cotidiana me regaló esta historia.
El bus no estaba lleno. Gente volviendo de la última jornada laboral, pensando en el feriado de Semana Santa. En uno de los asientos iba una joven mujer, acompañada de una chiquilla de unos 4 años, que lloraba desconsoladamente. Nerviosa, la mujer le pedía que se calle, pero ella seguía llorando. Entonces le propinó un violento pellizco en el brazo. La nena pegó un aullido aterrador, que hizo sobresaltar a todos.
Otra mujer, ya mayor, la miró con dureza desde la fila de asientos de enfrente:
-¿Es tu hija? -preguntó.
-Sí, es mi hija -respondió la mujer joven.
-¿Y por qué le torturás así?
-¿Qué...?
-¿Por qué le torturás así a esta pobre inocente?
-¿Qué te pasa...? ¿Por qué te metés, vieja loca? -le recriminó la mujer joven-. ¡Es mi hija y le puedo corregir como quiera!
-¡Estás muy equivocada! Los niños tienen derechos protegidos por la Constitución. Cualquier ciudadano puede defenderlos ante un caso de maltrato, y denunciarte ante las autoridades, aunque seas su mamá.
-¡Es mi hija, ya te dije, y puedo hacer con ella lo que quiera..! ¡Vieja metida, preocupate por tus hijos, quien sabe dónde están!
-¡Mis hijos están bien, gracias! Sos una pobre ignorante. Le vas a traumar todo a esa pobre criatura. ¡Si le volvés a levantar un dedo, llamo a la Policía y te mando a la cárcel!»
La nena había dejado de llorar y miraba entre confundida y aliviada, a su madre castigadora y a su inesperada defensora. Entre el resto de los pasajeros nadie hablaba. Algunos movían la cabeza en señal de aprobación o rechazo, en un surrealista juicio a bordo del bus, que ya tenía acusada, jueza, defensores, fiscales y testigos. El chofer reía divertido, mirando por el espejo retrovisor.
La mujer joven ya no dijo nada. Se quedó en silencio, soportando la mirada dura de la mujer mayor. Se escapó en la primera parada, alzando en brazos a su hijita, con una suavidad y ternura que hasta entonces no había mostrado.