viernes, 10 de diciembre de 2010

Réquiem por un paragua

Te decían “El Gallo”.
Un “marcante” que te ganaste por ser “guapo” en tu humilde oficio de albañil en Buenos Aires, por el orgullo con que ostentabas tu condición de paraguayo en esta gran ciudad donde te dicen “paragua” con una marca de desprecio, al igual que llamaban “bolita” a la chica boliviana, Rosemary Churapuña, a la que asesinaron igual que a vos en la noche de ese trágico martes 7 de diciembre, cuando el sueño de una vida digna en tierra ajena y lejos de la patria se les cambió en repentina pesadilla.
Tu nombre era Bernardo Salgueiro y tenías 22 años de edad. Habías llegado hace un año desde las verdes campiñas del Paraguay, como tantos miles de compatriotas, huyendo de la pobreza rural, de la injusticia y el abandono en tu propia tierra, convencido de que en la gran capital argentina es más fácil pelearle a la miseria, hacerte un sitio en alguna villa, conchabarte en obras de construcción, juntar dinero para regresar cuanto antes y adquirir el ranchito propio bajo el cielo de ñandutíes, en donde ver crecer libres a tus hijos.
Quiso el azar, o el destino, o el juego de los poderes políticos y mafiosos en este conurbano bonaerense, que esa noche de martes estuvieras allí, en la entrada de la Villa 20, cuando empezó el violento operativo policial de desalojo contra los ocupantes del Parque Indoamericano, y te vieras envuelto en un confuso torbellino de gritos, corridas, humo, gas lacrimógeno, pedradas, disparos, hasta sentir ese golpe seco en el abdomen que te hizo doblarte, gritar por ayuda mientras sentías que el aire se te iba, que era la vida misma y todos tus sueños los que se te escapaban.
Escuché a tu hermana Griselda, con esa voz tan paragua y tan dolida como música de lamento guaraní, contar que esa pelea ni siquiera era la tuya, que solo estabas allí para buscar a tus dos sobrinos pequeños y llevarlos a casa del abuelo, en Barracas, pero ese disparo que hasta ahora nadie sabe quien lo hizo, aunque todos lo sospechan, te convirtió en mártir de la lucha social, en un nombre de bandera, en una consigna heroica, en un rol que nunca pediste y nunca quisiste. Solo querías la vida distinta que tu propia patria te negaba.
Te decían “El Gallo”.
Caíste al atardecer de un martes 7 de diciembre, lejos de tu tierra. Quiso el destino que me encontrara también justamente aquí, en esta Buenos Aires convulsionada por tu muerte, para escribirte este réquiem apurado, dolido, conmovido. Bernardo Salgueiro, compatriota, hermano: que descanses en paz.