domingo, 16 de enero de 2011

La dignidad de los Aché


La caja de cartón estaba allí, en el despacho de la fiscala María del Carmen Meza, en Iruña, a 115 kilómetros al Sur de Ciudad del Este. En su interior había varios paquetes de medicamentos, antiparasitarios, antigripales, antibióticos y expectorantes. Era la mañana del miércoles 12 de enero. Un tibio rayo de sol se colaba entre las persianas. José Onegi, Lorenzo Puapirangi, Felipe Brevigi Kajapukuji y Hugo Airaji, representantes de la comunidad indígena Aché de Puerto Barra, Alto Paraná, escuchaban atentamente lo que les relataba la agente fiscal.
El diputado liberal por Alto Paraná, Nelson Segovia Duarte, había estado en esa misma oficina el día anterior y dejado para ellos la caja de medicamentos, en concepto de donación, buscando “un arreglo amistoso” tras el incidente en que el legislador fue descubierto por los indígenas, cuando se hallaba cazando ilegalmente en sus tierras, en la madrugada del 31 de diciembre.
Los Aché se miraron. Esos medicamentos iban a ser muy útiles para la humilde farmacia de la comunidad. Pero no. Con un simple gesto se pusieron de acuerdo. Entonces José Onegi comunicó que no iban a retirar la donación. “Nuestra dignidad no se compra con una caja de medicamentos”, explicó.
Los Aché de Puerto Barra tienen una larga historia de superar adversidades. Hasta hace poco, sus padres y abuelos eran cazados como animales en los montes del Alto Paraná. Tras larga lucha, conquistaron las 850 hectáreas de tierra en que están asentados, donde hoy muestran cómo son capaces de conciliar su cultura ancestral con los desafíos de la modernidad, al haberse convertido en exitosos productores de soja y maíz, sin alterar su modo de vida ni destruir el medio ambiente.
El 30 de diciembre fueron premiados como Destacados 2010 por el diario Última Hora. Esa misma noche, el eco de disparos los despertó. Se dirigieron presurosos al río Ñacunday, donde hallaron al diputado Segovia y a dos acompañantes, con escopetas de caza y ejemplares muerto de coati y pato silvestre, a bordo de una lancha.
Hicieron la denuncia a la Comisaria de Naranjal. Los policías liberaron a los cazadores furtivos y olvidaron comunicar el procedimiento. Cuando la prensa requirió sobre el caso, lo negaron. Pero los indígenas habían registrado lo sucedido en una serie de 42 fotografías, que entregaron a los medios. Cuatro días después se tuvo que abrir una carpeta fiscal por presuntos delitos contra el Medio Ambiente y el acta de la intervención policial apareció milagrosamente, aunque fechado en diciembre 2011, y negando que había animales silvestres cazados.
Habrá que ver qué decide la Justicia en este caso. Pero los indígenas Aché ya nos han dado una gran lección: La dignidad no se compra con una caja de medicamentos.

sábado, 8 de enero de 2011

Aniversarios

Este 5 de enero se cumplieron diez años del asesinato del periodista Salvador Medina. El 26 de abril se cumplirán veinte años del asesinato del periodista Santiago Leguizamón. Crímenes similares pero a la vez distintos, que unen sus aniversarios en este año del Bicentenario. Una misma realidad de inseguridad para el ejercicio del periodismo en el Paraguay, pero diferentes maneras de sentir la justicia y la impunidad, el olvido y la memoria.
Salvador Medina tenía 27 años de edad y lideraba la emisora comunitaria Ñemity FM, en Capiibary, San Pedro. Con su hermano Pablo, corresponsal del diario ABC Color en la región, realizaba una insistente campaña de denuncia contra la mafia del tráfico de rollos de madera, que aniquilaban los últimos bosques vírgenes.
El 5 de enero de 2001, mientras regresaba en una motocicleta, un hombre enmascarado salió de la espesura y le disparó a quemarropa, matándolo en el acto. Empezó una enrevesada investigación, que -aún con varios puntos cuestionables- obtuvo resultados inusuales. Se logró identificar al asesino, Milciades Maylin, quien fue condenado a 25 años de prisión. Sin embargo, Pablo Medina descubrió en 2005 que Maylin caminaba libremente por las calles. Supo entonces que el asesino se había “fugado” meses atrás de la cárcel de Villarrica, pero nadie se había molestado en comunicarlo.
Recapturado Maylin, reveló a Pablo el nombre de quien le encargó el asesinato de su hermano, un conocido político colorado de la región, ligado a las mafias, pero el juicio está varado en la Sala Penal de la Corte Suprema de Justicia desde hace más de cinco años, esperando se resuelva un pedido de revisión planteado por el defensor del detenido.
Esta semana, la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) presentó en Miami una colección de videos sobre periodistas en situación de riesgo en Paraguay. Allí, Pablo Medina cuenta que sigue recibiendo amenazas de muerte y debe movilizarse custodiado por policías, y que en el caso de Salvador solo hubo “una justicia a media”, congelada en el tiempo.El otro caso, el de Santiago Leguizamón, director de Radio Mburucuyá, asesinado el 26 de abril de 1991 en Pedro Juan Caballero, es aún más grave. Santiago denunció a una rosca mafiosa con conexiones políticas con el poder -uno de cuyos socios de entonces hoy aspira a la presidencia de la República-, y lo pagó muy caro. A veinte años del crimen, no hubo un solo detenido, y permanece en la más absoluta impunidad. Sobre el caso Leguizamón volveremos con más detalles en próximos artículos.

domingo, 2 de enero de 2011

Bicentenario a lo Paraguay


Lo pude ver por televisión desde Ciudad del Este, gracias a la Red Guaraní, el único canal que se dignó en transmitir en vivo un espectáculo que intentaba pulsar la emotividad y el patriotismo de los paraguayos y paraguayas, en el primer día de este año 2011 que evoca el Bicentenario de nuestra Independencia, nada menos. Los demás canales de televisión estaban pasando, en ese momento, programas de entretenimiento o películas norteamericanas mil veces repetidas.
Después de haber visto –también por tevé- shows de similar evocación bicentenaria, como los de Argentina, Chile, México, tenía una secreta ilusión de que este primer intento paraguayo se aproxime al clima de excelencia artística, cultural, político-social y tecnológica, logrado en los países hermanos.
Pero una vez más, al parecer, se impuso nuestra idiosincracia nativa, y el resultado fue un producto en gran parte improvisado, o mal organizado, u organizado a medias, que popularmente ha sido calificado (aunque nos disguste la auto-estigmatización) como “un Bicentenario a lo Paraguay”.
En primer lugar, la clásica impuntualidad. Casi media hora de retraso para una multitud que esperaba desde el atardecer, fue una gran falta de respeto. ¿Es tan dificil empezar algo a tiempo?
Lo más lamentable de la noche fueron los discursos de las autoridades. Mediocres y desubicados para una ocasión tan digna. El impresentable presidente del Congreso, Oscar González Daher, dirigió un saludo chabacano, chato y sin contenido, que el público contestó con sonoros abucheos. El flamante intendente municipal de Asunción, Arnaldo Samaniego, demostró una vez más ser un pésimo orador. Pero quien estuvo más desacertado fue el vicepresidente Federico Franco, que confundió el acto cultural con algún mitin liberal, y pronunció un discurso de barricada, de mal gusto y poca rigurosidad histórica. Si lo que buscaban era inflamar patriotismo, produjeron el efecto contrario: que sintamos vergüenza de nuestros seudo-líderes políticos.
El show artístico fue bueno, aunque con desniveles. El coro de niños, emotivo. El concierto de las 200 Arpas del Bicentenario y su posterior ensamblaje con la orquesta Sonidos de la Tierra fue uno de los mejores momentos, pero el estupendo trabajo desarrollado por los maestros Luis Szarán y Cesar Cataldo se vio empobrecido por las serias fallas de sonido, que se notaban claramente en la transmisión televisiva, pero que según me confirmaron quienes asistieron al acto, fue aún peor en la plaza: una gran parte del público en las áreas periféricas del sector vip no podía escuchar y tampoco ver gran cosa en el escenario.
Otra intervención poco feliz fue la del "momento humorístico”. Un show sin mucho contenido, con caracterizaciones muy forzadas de Juana María de Lara y de Rodríguez de Francia. Hasta para caricaturizar a un personaje se necesita conocer sus características, y esa criatura no tenía ni asomo de la personalidad de 'El Supremo'. Gustavo Cabañas es un gran actor y un histriónico humorista, pero necesita un buen guión, que en esta oportunidad estuvo ausente. El humor también debe ser algo serio, y más en un espectáculo como este.
Lo inexplicable fueron los largos baches entre una y otra presentación. La emotiva danza de los indígenas Maká y del ballet Kamba cua quedó como descolgada, como un relleno mientras las autoridades se mudaban al otro escenario. Poco funcional para un espectáculo que debería pensarse como un gran show con potencialidad de transmisión televisiva internacional.
He leído en las redes sociales a muchas voces cuestionadoras del espectáculo de proyección audiovisual “mapping” sobre la fachada del Cabildo. A mí me gustó. Siempre será difícil comprimir 200 años de historia en 8 minutos, y la interpretación, así como la observación de lo interpretado, siempre resultará subjetiva, pero lo que se pudo ver fue emocionante: una proyección creativa, con un gran aprovechamiento del diseño arquitectónico del Cabildo.
Pero gran parte del ‘efecto sorpresa’ y el impacto se perdió por la sucesiva demora. El ensamblaje tenía que ser automático, tras el show artístico. Y me quedó, como espectador, un cierto sabor de boca de frustración, esa incómoda sensación de que una vez más dejamos pasar la oportunidad de hacer algo realmente bueno, algo que tenga impacto en nuestras almas y que además trascienda nuestras fronteras con buena calidad.
¿Qué será que nos impide hacer las cosas a la perfección? ¿Incapacidad de convocar a nuestros mejores talentos, y de crearles un clima para que trabajen juntos en equipo, por encima de las diferencias y las rencillas caseras? ¿Falta de liderazgo real en la Comisión Bicentenario? ¿Habrá posibilidad de mejorar esto, o es lo que nos espera a lo largo del 2011? ¿O será que si estamos ante el desafío de que “un Bicentenario a lo Paraguay?” pueda significar, de una vez por todas, una marca de excelencia y de cosas bien hechas?