¿De qué sirve llenar la casa, los árboles, la ciudad entera de luces doradas y resplandecientes, cuando el alma permanece a oscuras?
¿De qué sirven tantos árboles de plástico importado, adornados con nieves de algodón, ni tantos muñecos barbudos ridículamente vestidos con abrigos de lana en medio de este calor infernal, cuando bastan "dos trocitos de madera" -como canta Maneco- para techar el mágico pesebre?
¿De qué sirve atropellarse en los shoppings y en los comercios buscando regalos y más regalos, cuando lo que hace falta es un gesto verdaderamente solidario, una acción de caridad humana y cristiana que nazca desde lo profundo del corazón, para darle el real sentido a la Navidad?
¿De qué sirve gastar tanta plata en fiestas, manjares, bebidas, adornos, show, luces, música... si el niño Dios cuyo cumpleaños celebramos eligió todo lo contrario: nacer en un humilde establo de animales y vivir su vida en la mayor austeridad?
¿De qué sirve el infernal estruendo de las bombas y los petardos, el vértigo de la velocidad por las calles, el volúmen de la cachaca al máximo, si todo eso no alcanza a llenar el vacío interior?
¿De qué sirve inundar el correo con bellas y coloridas tarjetas navideñas, con esplendorosos mensajes que reproducen los mejores deseos impresos en tinta brillante, si todo lo que allí dice nunca lo ponemos en práctica?
¿De qué sirve regalar un pan dulce o una sidra en esta Navidad, si vamos a olvidarnos por el resto del año de quienes nada tienen para comer y para beber?
¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma...? Bueno... ustedes ya me entienden.
A pesar de todo, y porque a cada instante que transcurre se nos brinda la oportunidad de ser siempre mejores... ¡Feliz Navidad!
¿De qué sirven tantos árboles de plástico importado, adornados con nieves de algodón, ni tantos muñecos barbudos ridículamente vestidos con abrigos de lana en medio de este calor infernal, cuando bastan "dos trocitos de madera" -como canta Maneco- para techar el mágico pesebre?
¿De qué sirve atropellarse en los shoppings y en los comercios buscando regalos y más regalos, cuando lo que hace falta es un gesto verdaderamente solidario, una acción de caridad humana y cristiana que nazca desde lo profundo del corazón, para darle el real sentido a la Navidad?
¿De qué sirve gastar tanta plata en fiestas, manjares, bebidas, adornos, show, luces, música... si el niño Dios cuyo cumpleaños celebramos eligió todo lo contrario: nacer en un humilde establo de animales y vivir su vida en la mayor austeridad?
¿De qué sirve el infernal estruendo de las bombas y los petardos, el vértigo de la velocidad por las calles, el volúmen de la cachaca al máximo, si todo eso no alcanza a llenar el vacío interior?
¿De qué sirve inundar el correo con bellas y coloridas tarjetas navideñas, con esplendorosos mensajes que reproducen los mejores deseos impresos en tinta brillante, si todo lo que allí dice nunca lo ponemos en práctica?
¿De qué sirve regalar un pan dulce o una sidra en esta Navidad, si vamos a olvidarnos por el resto del año de quienes nada tienen para comer y para beber?
¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma...? Bueno... ustedes ya me entienden.
A pesar de todo, y porque a cada instante que transcurre se nos brinda la oportunidad de ser siempre mejores... ¡Feliz Navidad!
No hay comentarios:
Publicar un comentario