
¿No les parece algo esquizofrénico esto de ponerse a calificar o descalificar el rendimiento de los jugadores, mucho antes de que entren a la cancha a disputar el partido?
Fernando Lugo aún no asumió oficialmente el cargo de presidente de la República del Paraguay. No firmó un solo decreto, ni adoptó una sola medida institucional de gobierno. Recién lo podrá hacer desde el 15 de agosto, si es que todo corre como está previsto.
Entonces… ¿por qué estamos ya alzando o bajando el pulgar, como en las graderías de un circo romano? ¿Por qué estamos ya aplaudiendo o condenando su virtual actuación como estadista, si hasta ahora solo está armando su equipo para el gran juego?
Quizás no nos gustan algunos de los jugadores que ha elegido, porque creemos que van a patear con la izquierda, cuando preferimos que lo hagan con la derecha… o viceversa. Pero, ¿qué tal si los dejamos jugar primero, para ver cómo se portan en el campo?
Es muy loco lo que sucede, por ejemplo, con el futuro ministro de Relaciones Exteriores, Alejandro Hamed Franco. Se cuestiona que será un canciller pro-palestino o antisemita, con abierta adhesión a grupos islámicos violentos como Hizbulá o Hamás. Varios dirigentes políticos se rasgaron las vestiduras, hubo indignados editoriales periodísticos, hasta un proyecto de “declaración de preocupación” que el inefable senador Jaegli presentó a la Cámara Alta.
¿Qué hizo hasta ahora el futuro canciller para justificar tanta polémica reacción? Absolutamente nada, porque no lo puede hacer aún. Hasta el 15 de agosto, es solo eso: “futuro” canciller. ¿Qué tal si lo dejamos actuar y vemos sus acciones, para luego calificarlo… o descalificarlo?
Lo que estamos expresando se denomina “prejuicio”. Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española es la acción y el efecto de realizar un juicio previo, pero también implica sostener una “opinión previa y tenaz, por lo general desfavorable, acerca de algo que se conoce mal”.
Es comprensible la tremenda ansiedad colectiva ante el lento correr de las manecillas, rumbo al 15 de agosto. Por primera vez en sesenta años asumirá un gobierno de signo político diferente, y las expectativas de ser protagonistas del cambio son inmensas… igual que el riesgo de sentirnos defraudados.
Pero… ¿qué tal si paramos la pelota en medio del campo y dejamos que empiece primero el partido? La tradición manda que a todo Gobierno se le concedan cien días de gracia, para que demuestre lo que es capaz (o incapaz) de hacer. Después… ya tendremos el pleno derecho de criticar o aplaudir. Como también de participar y ayudar.
Fernando Lugo aún no asumió oficialmente el cargo de presidente de la República del Paraguay. No firmó un solo decreto, ni adoptó una sola medida institucional de gobierno. Recién lo podrá hacer desde el 15 de agosto, si es que todo corre como está previsto.
Entonces… ¿por qué estamos ya alzando o bajando el pulgar, como en las graderías de un circo romano? ¿Por qué estamos ya aplaudiendo o condenando su virtual actuación como estadista, si hasta ahora solo está armando su equipo para el gran juego?
Quizás no nos gustan algunos de los jugadores que ha elegido, porque creemos que van a patear con la izquierda, cuando preferimos que lo hagan con la derecha… o viceversa. Pero, ¿qué tal si los dejamos jugar primero, para ver cómo se portan en el campo?
Es muy loco lo que sucede, por ejemplo, con el futuro ministro de Relaciones Exteriores, Alejandro Hamed Franco. Se cuestiona que será un canciller pro-palestino o antisemita, con abierta adhesión a grupos islámicos violentos como Hizbulá o Hamás. Varios dirigentes políticos se rasgaron las vestiduras, hubo indignados editoriales periodísticos, hasta un proyecto de “declaración de preocupación” que el inefable senador Jaegli presentó a la Cámara Alta.
¿Qué hizo hasta ahora el futuro canciller para justificar tanta polémica reacción? Absolutamente nada, porque no lo puede hacer aún. Hasta el 15 de agosto, es solo eso: “futuro” canciller. ¿Qué tal si lo dejamos actuar y vemos sus acciones, para luego calificarlo… o descalificarlo?
Lo que estamos expresando se denomina “prejuicio”. Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española es la acción y el efecto de realizar un juicio previo, pero también implica sostener una “opinión previa y tenaz, por lo general desfavorable, acerca de algo que se conoce mal”.
Es comprensible la tremenda ansiedad colectiva ante el lento correr de las manecillas, rumbo al 15 de agosto. Por primera vez en sesenta años asumirá un gobierno de signo político diferente, y las expectativas de ser protagonistas del cambio son inmensas… igual que el riesgo de sentirnos defraudados.
Pero… ¿qué tal si paramos la pelota en medio del campo y dejamos que empiece primero el partido? La tradición manda que a todo Gobierno se le concedan cien días de gracia, para que demuestre lo que es capaz (o incapaz) de hacer. Después… ya tendremos el pleno derecho de criticar o aplaudir. Como también de participar y ayudar.