En medio de nuevos y furiosos estallidos de la antigua crisis agraria, y de numerosos robos, asaltos y dramáticos casos de inseguridad ciudadana, esta semana se han conocido más episodios de la ya clásica y gastada telenovela política que podría titularse: “La guerra de los Lugo-Franco”, o “Los amores y desamores entre el presidente y el vicepresidente de la República”.
Hay quienes creen que por alguna secreta y misteriosa maldición guaraní, los líderes políticos electos para cumplir la función de gobernar y vice-gobernar el Paraguay están definitivamente condenados a odiarse, a boicotearse mutuamente, a hacer todo lo contrario de lo que les manda y les exige la Constitución Nacional.
La historia reciente del país ofrece demasiados ejemplos y casi ninguna excepción. Desde la caída de la dictadura y la restauración de la función vice-presidencial en la Constitución de 1992, cada ciudadano electo para el cargo ha terminado cumpliendo no solo el rol de mediático “florero” que le asigna el folklore popular, sino de declarado enemigo político de su presidente.
¿Se acuerdan de Juan Carlos Wasmosy y Ángel Roberto Seifart, que al ser electos en 1993 prometieron “adelantar el país 50 años en 5 años”? No solo no cumplieron, sino se pasaron el periodo presidencial lanzándose proyectiles de alto calibre y acabaron como adversarios irreconciliables.
La dupla formada por Raúl Cubas Grau y Luis María Argaña ya nació conflictiva y acabó de manera trágica con el asesinato del vicepresidente en marzo de 1999, que arrastró a la caída de Cubas y a su sombra detrás del trono, el ex general Lino Oviedo, tras los sucesos del Marzo Paraguayo. Sus sucesores, el colorado Luis Angel González Macchi y el liberal Julio Cesar “Yoyito” Franco (el primero designado, el segundo electo) resultaron aun más patéticos en su inoperancia y enemistad.
La última versión colorada, Nicanor Duarte Frutos y Luis Alberto Castiglioni, también acabaron como perros y gatos, arrastrando consigo la derrota electoral de la ANR, tras 61 años en el poder.
Se esperaba que los héroes del cambio electoral, Fernando Lugo y Federico Franco, representen un estilo diferente de gobernar: En armonía, cooperación institucional y madurez. Pero desde el inicio se mostraron prisioneros de la misma red de intrigas y ambiciones de poder, protagonizando lamentables escenas de celos e inquinas palaciegas, más apropiados para el programa chismográfico “Teleshow” que para la gran crónica política, y que a esta altura nos tienen “hartos ya de estar hartos”, como diría el cantautor Joan Manuel Serrat.
Señor presidente, señor vicepresidente: ¿Podrían dejar de pisarse la manguera y las sábanas mutuamente, y ponerse a trabajar juntos de una vez, ante los graves problemas que aquejan al país?
Hay quienes creen que por alguna secreta y misteriosa maldición guaraní, los líderes políticos electos para cumplir la función de gobernar y vice-gobernar el Paraguay están definitivamente condenados a odiarse, a boicotearse mutuamente, a hacer todo lo contrario de lo que les manda y les exige la Constitución Nacional.
La historia reciente del país ofrece demasiados ejemplos y casi ninguna excepción. Desde la caída de la dictadura y la restauración de la función vice-presidencial en la Constitución de 1992, cada ciudadano electo para el cargo ha terminado cumpliendo no solo el rol de mediático “florero” que le asigna el folklore popular, sino de declarado enemigo político de su presidente.
¿Se acuerdan de Juan Carlos Wasmosy y Ángel Roberto Seifart, que al ser electos en 1993 prometieron “adelantar el país 50 años en 5 años”? No solo no cumplieron, sino se pasaron el periodo presidencial lanzándose proyectiles de alto calibre y acabaron como adversarios irreconciliables.
La dupla formada por Raúl Cubas Grau y Luis María Argaña ya nació conflictiva y acabó de manera trágica con el asesinato del vicepresidente en marzo de 1999, que arrastró a la caída de Cubas y a su sombra detrás del trono, el ex general Lino Oviedo, tras los sucesos del Marzo Paraguayo. Sus sucesores, el colorado Luis Angel González Macchi y el liberal Julio Cesar “Yoyito” Franco (el primero designado, el segundo electo) resultaron aun más patéticos en su inoperancia y enemistad.
La última versión colorada, Nicanor Duarte Frutos y Luis Alberto Castiglioni, también acabaron como perros y gatos, arrastrando consigo la derrota electoral de la ANR, tras 61 años en el poder.
Se esperaba que los héroes del cambio electoral, Fernando Lugo y Federico Franco, representen un estilo diferente de gobernar: En armonía, cooperación institucional y madurez. Pero desde el inicio se mostraron prisioneros de la misma red de intrigas y ambiciones de poder, protagonizando lamentables escenas de celos e inquinas palaciegas, más apropiados para el programa chismográfico “Teleshow” que para la gran crónica política, y que a esta altura nos tienen “hartos ya de estar hartos”, como diría el cantautor Joan Manuel Serrat.
Señor presidente, señor vicepresidente: ¿Podrían dejar de pisarse la manguera y las sábanas mutuamente, y ponerse a trabajar juntos de una vez, ante los graves problemas que aquejan al país?
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