Escribo esta crónica en medio de la noche de la Triple Frontera, asomado al borde del futuro, rodeado por un silencio ensordecedor.
La guerra de los mundos de la propaganda política se acabó oficialmente a las cero de la madrugada del viernes y el aire se quedó repentinamente vacío de mareas coloradas y desafíos azules, de candidatos sin arrugas y sonrisas falsificadas con photoshop, de terroristas inventados por decreto y difuntos escritores resucitados contra su voluntad para adherirse a la campaña oficialista, de promeseros mediáticos y madres víctimas que convierten su dolor en mercancía electoral, de estridentes parlantes distribuyendo gritos, insultos, hurras, proclamas, panfletos y diatribas al son de las polcas partidarias.
En este silencio súbitamente recuperado es raro poder oír y apreciar otra vez los viejos sonidos que habían quedado tapados por el infierno proselitista: el ladrido de un perro, el rumor del río a la distancia, el llanto de un bebé, la melancólica canción de un borracho que rueda por las calles… La vida cotidiana, al otro lado de la política.
Pero la tensa calma es solo aparente. La noche tiene un largo sabor a vigilia y las manecillas del reloj avanzan con su tic tac inexorable hacia la encrucijada del domingo.
Suena el teléfono. Una amiga periodista brasileña me saluda desde un hotel en Asunción y me pregunta quién creo que va a resultar electo presidente. Soy muy sincero al confesarle que por primera vez, a mis 46 años de edad, tengo serias dudas para apostarle al caballo del comisario. Por primera vez en las nueve elecciones presidenciales de mi vida -incluyendo a los farsescos comicios que montaba la dictadura stronista-, me escucho decir estas palabras inéditas: “No se quién va a ganar”.
Y descubro que eso es lo nuevo, lindo y maravilloso en la desgarrada historia de este país llamado Paraguay.
* * *
Mañana, los paraguayos y las paraguayas vamos a tener la oportunidad de engendrar a un nuevo país.
¿Cómo será ese Paraguay distinto? Todavía no lo conozco, pero ya mucho lo extraño. Tengo unas locas nostalgias de ese país que todavía no existe en el mapa.
Debo confesarlo… tengo miedo.
Miedo de que dejemos pasar esta oportunidad única y quizás irrepetible.
Miedo de que la cultura de la corrupción y la ignorancia, la cultura del conformismo y la pobreza, la cultura del mbareté y la injusticia… estén tan enraizadas en la gente, que aún nos pueda resultar muy difícil lavar la telaraña que cubre los ojos.
Miedo de que los creadores de la pesadilla consigan, una vez más, robarnos el sueño.
¡No hay que permitirlo!
Votar es mucho más que depositar unos papelitos en las urnas.
Votar es decidir el futuro, transformar la historia de una nación.
Votar es asumir la posibilidad concreta de que algo cambie positivamente… o todo siga igual.
Los corruptos te pueden pagar cincuenta mil o un millón de guaraníes a cambio de tu voto, pero siempre será una suma ínfima, irrisoria, porque ni todo el dinero del mundo puede pagar el precio de ejercer libremente un derecho soberano.
Durante un breve instante que equivale a una eternidad, allí, en la soledad del cuarto oscuro, cada ciudadano será un poco Dios creador, amo del destino. ¡No debemos renunciar a este privilegio!
Por los niños que merecen una vida con más dignidad.
Por la tierra que espera la caricia de nuevas semillas.
Por asegurar la libertad y recuperar la alegría.
Por los que están lejos y merecen regresar a su lugar en el mundo.
Por la vida.
El futuro está allí… al alcance de la mano.
Mañana…
granb log..seguire viniendo!
ResponderEliminarHola. Es así, "el futuro está allí... al alcance de la mano". Es cuestión de que seamos conscientes de la situación. Saludos.
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