¿Quién decidió el asesinato del vicepresidente de la República, Luis María Argaña, aquel 23 de marzo de 1999? ¿Quién dio la orden de disparar a quemarropa contra la multitud congregada en la Plaza del Congreso, en la trágica y heroica noche del 26? ¿Quién derramó la valiosa sangre de Henry Díaz Bernal, Manfred Stark, Armando Espinoza, Víctor Hugo Molas, José Miguel Zarza, Cristóbal Espínola, Tomás Rojas y Arnaldo Paredes? ¿Quién acribilló a balazos la esperanza joven izada en el viento rebelde de un Marzo que ya será por siempre Paraguayo?
Diez años después, el corrupto e ineficaz sistema de Poder Judicial que algunos llaman erróneamente Justicia, no ha podido responder a estas y a otras lacerantes preguntas. No ha podido… o no ha querido.
Diez años después, la presunta Justicia ya dictaminó que los asesinos no son los asesinos, y ya aceptó como plenamente válidas las surrealistas teorías de que las balas dieron la vuelta en la esquina y cayeron desde otra dirección, o que los Mártires de la Plaza se dispararon a sí mismos, así como también dictaminó que nunca hubo intentos de derrocar al Estado de Derecho en abril de 1996, ni en mayo de 2000. Los tanques de guerra nunca salieron a las calles, nunca hubo cañonazos contra la pared del Congreso, la realidad nunca existió y todos hemos sido víctimas de una alucinación colectiva
Diez años después hay una cruz de madera plantada en medio de la plaza, frente al viejo Cabildo, envuelta en nubes de olvido, indiferencia o silencio. Quienes hace diez años estaban allí, dispuestos a dar su vida por la libertad, hoy están en otra parte, -quizás en nuevos espacios de poder gubernamental, negociando con aquellos a quienes entonces consideraban “enemigos de la democracia”-, y les incomoda recordar todo lo que vivieron y sufrieron en esos días y noches de amor y de guerra. Pero aún así nunca faltará alguna vela encendida al atardecer, algún ramo de flores frescas, alguna canción emocionada en memoria de los mártires.
Diez años después, hay quienes siguen preguntándose si la más grande e increíble gesta ciudadana en la historia del Paraguay, valió realmente la pena. Y también muchas voces obstinadas y tercas seguimos creyendo absolutamente que si no hubiera habido un Marzo Paraguayo hace diez años, tampoco hubiera existido un vuelco histórico como el de abril de 2008, y que la sangre de los Mártires de la Plaza sigue iluminando este contradictorio, claroscuro, dubitativo pero imparable tiempo de cambio que hoy vive el Paraguay, en busca de su nuevo destino.
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