jueves, 10 de enero de 2008

La rebelión de Hernandarias


Sucedió en vísperas de Navidad. En ese festivo atardecer del 23 de diciembre de 2007, cuando los mita’i hacían estallar petardos en las esquinas del centro de Hernandarias y varios vecinos estaban en la vereda, brindando anticipadamente por la proximidad de la nochebuena.
La joven Lilian Ramírez, de 22 años, salió de su casa y se dirigió caminando hacia un local de cabinas de Internet, con la intención de comunicarse con una de sus hermanas que está en España, y que iba a pasar las fiestas allá lejos, otra víctima de la migración forzada que disgrega cada vez más a las familias paraguayas.
Fue entonces cuando dos hombres desconocidos, a bordo de una motocicleta, le cerraron el paso, le encañonaron con un arma y exigieron que entregue su cartera y su teléfono celular. Lilian se asustó y echó a correr. Uno de los hombres le disparó y ella cayó fulminada en plena calle Cesar Gianotti, una de las principales arterias céntricas de Hernandarias, a apenas dos cuadras de la Comisaría Policial y de la Fiscalía. Los motociclistas asesinos tranquilamente reanudaron la marcha, y en el camino de su fuga asaltaron a otras dos mujeres.
El cuerpo de la pobre Lilian quedó allí, tendida en la calle, durante varias horas. La fiscala de turno, Haydeé Barboza, nunca llegó para la intervención y hubo que buscar a su colega, Troadio Galeano, para levantarla. Como ya se ha vuelto habitual en esta castigada región del Alto Paraná, todo hacía suponer que la investigación del crimen se iba a acabar antes de comenzar, archivada entre cientos de expedientes de casos sin resolver que vegetan en los archivos de la despintada sede de la Fiscalía local, y que los criminales se estarían riendo entre las sombras.
Pero esta vez algo diferente sucedió. El asesinato de Lilian fue la gota que colmó el vaso de la indignación de muchos hernandarienses. Y como no se ha visto desde hace tiempo en esta zona, los ciudadanos comunes comenzaron a unir su dolor, su rabia, su impotencia. Así nació la Asociación de Víctimas de la Injusticia, que hoy ya congrega a más de un centenar de pobladores, y que acaba de dar a luz también a una Contraloría Ciudadana. Ya han obtenido su primer resultado positivo: que el Ministerio Público disponga la intervención de la Fiscalía de Hernandarias.
Esta semana pude verlos y conocerlos de cerca, reunidos en vigilia permanente a la sombra de un viejo mango, en el patio de la Heladería Tropical, frente a la sede del Ministerio Público, vigilando el proceso de intervención.
Allí estaba Dora Ramírez, la tenaz hermana de Lilian, altiva bajo el Sol, enarbolando el retrato de su familiar asesinada, clamando justicia.
Allí estaba Trifilda Álvarez, la desconsolada viuda de Felipe Samudio, el campesino ultimado a balazos en noviembre pasado, cuando sembraba soja en su chacra de la colonia Fortuna, cuyos asesinos siguen libres y se dan el lujo de ir a amenazarla de muerte en su propio domicilio.
Allí estaba Remigia Herrera, la indignada madre de Cinthia Carolina, quien según todos los indicios habría sido asesinada por su propio marido, pero el fiscal interviniente caratuló misteriosamente la causa como suicidio.
Allí están… rostros de hombres y mujeres como cualquiera, arrancados de su vida cotidiana y colocados en situaciones límites por el azote de la violencia criminal, por la inseguridad convertida en ley de la frontera, por la inacción o la complicidad de autoridades corruptas, por la dolorosa pérdida de la vida de un ser querido arrancada de manera sorpresiva e irremediable.
Allí están… rompiendo la pasividad y la apatía, superando el miedo y el silencio, alzando su voz para decir: aquí estamos, queremos una Hernandarias diferente, un Alto Paraná sin corrupción y sin violencia, un Paraguay en donde nadie tenga que morir por un teléfono celular, en donde las instituciones funcionen para aclarar los crímenes y sancionar debidamente a los culpables.
Hay sectores incómodos ante la rebelión de Hernandarias. Fiscales, policías, jueces, políticos… preocupados de que algo pueda cambiar ante la presión de la gente. Acusan de que los que están en la calle son pocos, que no representan a nadie, que son manipulados por líderes opositores o por abogados que solo quieren figuración mediática. Pero lo cierto es que los ciudadanos y ciudadanas de Hernandarias están allí, con su dignidad y su rebeldía en alto. Y es bueno saber, en estos tiempos, que hay gente que se moviliza por defender sus derechos.

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