La canción del grupo musical mexicano Maná, “Labios compartidos”, sonaba estridente como timbre de llamada en el celular de Sebastián González, miembro de la banda de asaltantes y secuestradores liderada por Valdecir Pinheiro, pero el dueño del teléfono ya no lo podía atender, porque estaba yerto en el piso, con los ojos abiertos y vidriosos, acribillado a balazos al lado de su escopeta calibre 12.
Eran las 8:10 de la mañana del miércoles 23 de enero en la fracción San Antonio del barrio Pablo Rojas de Ciudad del Este. Alrededor reinaba el caos: olor a sangre y pólvora, eco de disparos y sirenas, gritos metálicos en los intercomunicadores de radio, cadáveres tendidos en los patios de las casas, policías armados buscando a más delincuentes en el vecindario, periodistas y fotógrafos arriesgando su vida tras la noticia, pobladores aterrorizados y curiosos detrás de las murallas.
La impactante escena fue filmada con una pequeña cámara digital por el periodista Francisco Espínola, y el video del teléfono celular sonando con la música de Maná al lado del cadáver todavía está disponible en el portal Ciudad del Este de Ultimahora.com, como un pintoresco y enigmático detalle de ese miércoles de violencia: ¿Quién estaba haciendo esa llamada telefónica que nunca más sería contestada?
Un poco más allá, tendido con los brazos en cruz sobre un piso de cerámicas rojas, semidesnudo y cubierto de sangre, yacía el criminal más buscado de la Triple Frontera, Valdecir José Pinheiro dos Santos, cerebro de más de diez sonados casos de secuestros extorsivos desde el 2003, numerosos asaltos y varios asesinatos. “Se acabó el reinado del enemigo público número uno”, decretó el ex ministro del interior, Rogelio Benítez, quien junto a su actual sucesor, Libio Florentín, llegó hasta el escenario del enfrentamiento cuando ya todo estaba consumado y solo quedaba aparecer en las fotos.
Después del susto y el asombro ante las balaceras transmitidas en directo por los cronistas de radio y televisión, se ha instalado una sensación de alivio en gran parte de la ciudadanía esteña, especialmente en los círculos de empresarios y personajes adinerados que estaban en la lista de potenciales víctimas de secuestro por parte de la banda. Aunque todavía andan sueltos algunos delincuentes de cuidado como Joel Ramírez, Pedro Clever Gavilán o Roque Jacinto “Pyguazú” González, el más temible y peligroso ya ha sido eliminado. Muerto el perro, ¿se acabó la rabia?
En la euforia de esta celebración colectiva por el éxito policial, nadie pierde el tiempo en cuestionar si Valdecir y sus secuaces abatidos realmente fallecieron en el enfrentamiento o fueron ajusticiados. Y aunque la mayoría de los periodistas hemos visto a Juan Aníbal González, alias “Cambilo”, ser alzado herido pero aún vivo en la carrocería de una camioneta patrullera, no ha sido ninguna sorpresa recibir la noticia de que “murió camino al hospital”.
Ya se sabe: cuando se trata de criminales peligrosos, la policía del Alto Paraná no acostumbra tomar prisioneros. Y menos cuando en la refriega cae asesinado un policía apreciado y temerario como el oficial primero Rodolfo Adrián Colmán, quien al frente del Grupo 26 de Investigaciones fue el primero en arremeter a pecho gentil, sin chaleco antibalas, en el aguantadero de los maleantes.
Doloridos e indignados por la muerte de su camarada, los miembros de la policía fronteriza no se detienen en cuestiones anecdóticas como acordarse de que hasta los peores criminales también tienen derechos humanos. Saben que la gran mayoría de la población esteña les apoya y les aplaude en este procedimiento. Y quizás, desde una perspectiva distorsionada pero crudamente real, no dejan de tener razón, porque si Valdecir Pinheiro y sus secuaces hubiesen sido aprehendidos vivos, con la gran cantidad de recursos económicos y contactos poderosos que manejan, en poco tiempo estarían comprando a jueces, a fiscales, a guardiacárceles y a los mismos policías, para fugarse o salir nuevamente de la prisión –como ya lo han hecho tantas veces–, y continuar sembrando el terror.
Así que ahora la población puede dormir tranquila: Valdecir Pimheiro, el “enemigo público número uno” está muerto y enterrado. “¿Y ahora, a quien le van a echar ahora la culpa de los próximos golpes?”, se preguntan en voz baja los insidiosos de siempre. Y uno se interroga si los verdaderos enemigos públicos del Paraguay no son en realidad la pobreza, la corrupción, la injusticia, la impunidad, las autoridades y los políticos sinverguenzas. ¿Será que algún grupo comando les puede iniciar cacería, hasta exterminarlos como a Valdecir Pinheiro?
Eran las 8:10 de la mañana del miércoles 23 de enero en la fracción San Antonio del barrio Pablo Rojas de Ciudad del Este. Alrededor reinaba el caos: olor a sangre y pólvora, eco de disparos y sirenas, gritos metálicos en los intercomunicadores de radio, cadáveres tendidos en los patios de las casas, policías armados buscando a más delincuentes en el vecindario, periodistas y fotógrafos arriesgando su vida tras la noticia, pobladores aterrorizados y curiosos detrás de las murallas.
La impactante escena fue filmada con una pequeña cámara digital por el periodista Francisco Espínola, y el video del teléfono celular sonando con la música de Maná al lado del cadáver todavía está disponible en el portal Ciudad del Este de Ultimahora.com, como un pintoresco y enigmático detalle de ese miércoles de violencia: ¿Quién estaba haciendo esa llamada telefónica que nunca más sería contestada?
Un poco más allá, tendido con los brazos en cruz sobre un piso de cerámicas rojas, semidesnudo y cubierto de sangre, yacía el criminal más buscado de la Triple Frontera, Valdecir José Pinheiro dos Santos, cerebro de más de diez sonados casos de secuestros extorsivos desde el 2003, numerosos asaltos y varios asesinatos. “Se acabó el reinado del enemigo público número uno”, decretó el ex ministro del interior, Rogelio Benítez, quien junto a su actual sucesor, Libio Florentín, llegó hasta el escenario del enfrentamiento cuando ya todo estaba consumado y solo quedaba aparecer en las fotos.
Después del susto y el asombro ante las balaceras transmitidas en directo por los cronistas de radio y televisión, se ha instalado una sensación de alivio en gran parte de la ciudadanía esteña, especialmente en los círculos de empresarios y personajes adinerados que estaban en la lista de potenciales víctimas de secuestro por parte de la banda. Aunque todavía andan sueltos algunos delincuentes de cuidado como Joel Ramírez, Pedro Clever Gavilán o Roque Jacinto “Pyguazú” González, el más temible y peligroso ya ha sido eliminado. Muerto el perro, ¿se acabó la rabia?
En la euforia de esta celebración colectiva por el éxito policial, nadie pierde el tiempo en cuestionar si Valdecir y sus secuaces abatidos realmente fallecieron en el enfrentamiento o fueron ajusticiados. Y aunque la mayoría de los periodistas hemos visto a Juan Aníbal González, alias “Cambilo”, ser alzado herido pero aún vivo en la carrocería de una camioneta patrullera, no ha sido ninguna sorpresa recibir la noticia de que “murió camino al hospital”.
Ya se sabe: cuando se trata de criminales peligrosos, la policía del Alto Paraná no acostumbra tomar prisioneros. Y menos cuando en la refriega cae asesinado un policía apreciado y temerario como el oficial primero Rodolfo Adrián Colmán, quien al frente del Grupo 26 de Investigaciones fue el primero en arremeter a pecho gentil, sin chaleco antibalas, en el aguantadero de los maleantes.
Doloridos e indignados por la muerte de su camarada, los miembros de la policía fronteriza no se detienen en cuestiones anecdóticas como acordarse de que hasta los peores criminales también tienen derechos humanos. Saben que la gran mayoría de la población esteña les apoya y les aplaude en este procedimiento. Y quizás, desde una perspectiva distorsionada pero crudamente real, no dejan de tener razón, porque si Valdecir Pinheiro y sus secuaces hubiesen sido aprehendidos vivos, con la gran cantidad de recursos económicos y contactos poderosos que manejan, en poco tiempo estarían comprando a jueces, a fiscales, a guardiacárceles y a los mismos policías, para fugarse o salir nuevamente de la prisión –como ya lo han hecho tantas veces–, y continuar sembrando el terror.
Así que ahora la población puede dormir tranquila: Valdecir Pimheiro, el “enemigo público número uno” está muerto y enterrado. “¿Y ahora, a quien le van a echar ahora la culpa de los próximos golpes?”, se preguntan en voz baja los insidiosos de siempre. Y uno se interroga si los verdaderos enemigos públicos del Paraguay no son en realidad la pobreza, la corrupción, la injusticia, la impunidad, las autoridades y los políticos sinverguenzas. ¿Será que algún grupo comando les puede iniciar cacería, hasta exterminarlos como a Valdecir Pinheiro?
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