Aquel enero del 2004 se había vuelto caliente, muy caliente, y no solo en el sentido climático.
El viernes 23, una represión contra pobladores rurales que se oponían a la fumigación de un sojal en la colonia Ypekua, distrito de Repatriación, Caaguazú, acabó en el violento asesinato de los campesinos Mario Arzamendia y Carlos Robles por parte de las fuerzas policiales, dejando además otros nueve heridos.
Los titulares en los medios de comunicación reflejaban la creciente indignación popular, justo cuando el presidente Nicanor Duarte Frutos –que entonces llevaba apenas cinco meses al frente del Gobierno- se encontraba de vacaciones desde hacía 17 días en las playas de Guarujá, Brasil. Las fotos de la familia presidencial disfrutando del arrullo de las olas del mar, en contraste con el dolor por las muertes absurdas en el campo empobrecido, daban una pésima imagen para la popularidad del ascendente líder colorado. Algo había que hacer para revertir aquella publicidad tan negativa.
En la tarde del domingo 25 me encontraba cerrando páginas en Última Hora, cuando el editor de la sección Política recibió una llamada telefónica de una alta fuente gubernamental. Pidiendo reserva absoluta sobre la procedencia de la fuente, el funcionario dejó filtrar una noticia que podía considerarse “una bomba periodística” en cualquier Redacción: Los servicios de inteligencia del Brasil habían detectado un plan para asesinar al presidente Duarte Frutos, y el mandatario había decidido su regreso al país en máximas condiciones de secreto y seguridad.
Ultima Hora y los demás diarios publicaron la noticia con máximo destaque en su edición del lunes 26 de enero de 2004, atribuyendo la versión a los “servicios de inteligencia del Brasil”. Fue el tema del día en todas las radios, canales de televisión, agencias noticiosas internacionales y portales de noticias en Internet. La incómoda noticia sobre el asesinato de los campesinos había sido relegada a un total segundo plano.
Lo que siguió fue digno de una obra de espionaje de Robert Ludlum: en lugar de aterrizar en el aeropuerto Silvio Pettirossi, el avión que transportaba al presidente bajó en la aeropista de Itaipú, en Hernandarias, y desde allí el mandatario fue trasladado por tierra, en medio de un aparatoso despliegue bélico, hasta Asunción. Mas filtraciones revelaban con novelescos detalles que “seis sicarios brasileños contratados por una mafia local habían ingresado al país para perpetrar un atentado contra el avión en el que Duarte Frutos tenía previsto regresar. Según la advertencia de la inteligencia brasileña, los asesinos contarían con misiles portátiles para atacar la aeronave en pleno vuelo”.
En sus pocas declaraciones, Nicanor dijo que él no sabía de donde salió la información, pero que se había dejado guiar por los protocolos de seguridad. El tema se mantuvo con especulaciones durante más de una semana en el ámbito político y cumplió su cometido: el asesinato de los campesinos terminó en el opa rei. Del supuesto atentado no hubo más detalles. Nunca se supo nada de los seis sicarios brasileños, ni de los misiles con que se iba a derribar el avión presidencial. Días después, la propia embajada brasileña aclaró que nunca hubo informes de inteligencia de dicho país, pero ya nadie se ocupó de investigar de donde salió aquella versión original.
Hoy lo puedo revelar, porque fui testigo cercano de aquella conversación telefónica: el alto funcionario que “filtró” la noticia no era otro que el actual candidato a gobernador colorado por Central, José María Ibáñez, entonces jefe del gabinete presidencial de Duarte Frutos. Es decir: no me cabe la menor duda, aquella información surgió directamente del mismo entorno presidencial.
Ahora, al leer la noticia de un nuevo supuesto atentado contra la vida del presidente, esta vez con ácido o soda cáustica que cual un argumento digno de un filme de James Bond habría aparecido misteriosamente en el interior de una botella de agua mineral, me acordé de aquel episodio del candente verano de hace cuatro años.
Tal vez sea un poco paranoico o desconfiado como todo buen periodista, pero me llama la atención que esta noticia se produzca justo en momentos en que otro candente tema como la amenaza de una epidemia de fiebre amarilla desnuda una vez mas la inutilidad del Gobierno en materia de salud pública, y enciende la indignación y la rebeldía ciudadana. O quizás porque también he leído a Maquiavelo, que en alguna parte recomienda que cuando las papas queman en materia política, nada es más efectivo que levantar cortinas de humo. ¿Será…?
El viernes 23, una represión contra pobladores rurales que se oponían a la fumigación de un sojal en la colonia Ypekua, distrito de Repatriación, Caaguazú, acabó en el violento asesinato de los campesinos Mario Arzamendia y Carlos Robles por parte de las fuerzas policiales, dejando además otros nueve heridos.
Los titulares en los medios de comunicación reflejaban la creciente indignación popular, justo cuando el presidente Nicanor Duarte Frutos –que entonces llevaba apenas cinco meses al frente del Gobierno- se encontraba de vacaciones desde hacía 17 días en las playas de Guarujá, Brasil. Las fotos de la familia presidencial disfrutando del arrullo de las olas del mar, en contraste con el dolor por las muertes absurdas en el campo empobrecido, daban una pésima imagen para la popularidad del ascendente líder colorado. Algo había que hacer para revertir aquella publicidad tan negativa.
En la tarde del domingo 25 me encontraba cerrando páginas en Última Hora, cuando el editor de la sección Política recibió una llamada telefónica de una alta fuente gubernamental. Pidiendo reserva absoluta sobre la procedencia de la fuente, el funcionario dejó filtrar una noticia que podía considerarse “una bomba periodística” en cualquier Redacción: Los servicios de inteligencia del Brasil habían detectado un plan para asesinar al presidente Duarte Frutos, y el mandatario había decidido su regreso al país en máximas condiciones de secreto y seguridad.
Ultima Hora y los demás diarios publicaron la noticia con máximo destaque en su edición del lunes 26 de enero de 2004, atribuyendo la versión a los “servicios de inteligencia del Brasil”. Fue el tema del día en todas las radios, canales de televisión, agencias noticiosas internacionales y portales de noticias en Internet. La incómoda noticia sobre el asesinato de los campesinos había sido relegada a un total segundo plano.
Lo que siguió fue digno de una obra de espionaje de Robert Ludlum: en lugar de aterrizar en el aeropuerto Silvio Pettirossi, el avión que transportaba al presidente bajó en la aeropista de Itaipú, en Hernandarias, y desde allí el mandatario fue trasladado por tierra, en medio de un aparatoso despliegue bélico, hasta Asunción. Mas filtraciones revelaban con novelescos detalles que “seis sicarios brasileños contratados por una mafia local habían ingresado al país para perpetrar un atentado contra el avión en el que Duarte Frutos tenía previsto regresar. Según la advertencia de la inteligencia brasileña, los asesinos contarían con misiles portátiles para atacar la aeronave en pleno vuelo”.
En sus pocas declaraciones, Nicanor dijo que él no sabía de donde salió la información, pero que se había dejado guiar por los protocolos de seguridad. El tema se mantuvo con especulaciones durante más de una semana en el ámbito político y cumplió su cometido: el asesinato de los campesinos terminó en el opa rei. Del supuesto atentado no hubo más detalles. Nunca se supo nada de los seis sicarios brasileños, ni de los misiles con que se iba a derribar el avión presidencial. Días después, la propia embajada brasileña aclaró que nunca hubo informes de inteligencia de dicho país, pero ya nadie se ocupó de investigar de donde salió aquella versión original.
Hoy lo puedo revelar, porque fui testigo cercano de aquella conversación telefónica: el alto funcionario que “filtró” la noticia no era otro que el actual candidato a gobernador colorado por Central, José María Ibáñez, entonces jefe del gabinete presidencial de Duarte Frutos. Es decir: no me cabe la menor duda, aquella información surgió directamente del mismo entorno presidencial.
Ahora, al leer la noticia de un nuevo supuesto atentado contra la vida del presidente, esta vez con ácido o soda cáustica que cual un argumento digno de un filme de James Bond habría aparecido misteriosamente en el interior de una botella de agua mineral, me acordé de aquel episodio del candente verano de hace cuatro años.
Tal vez sea un poco paranoico o desconfiado como todo buen periodista, pero me llama la atención que esta noticia se produzca justo en momentos en que otro candente tema como la amenaza de una epidemia de fiebre amarilla desnuda una vez mas la inutilidad del Gobierno en materia de salud pública, y enciende la indignación y la rebeldía ciudadana. O quizás porque también he leído a Maquiavelo, que en alguna parte recomienda que cuando las papas queman en materia política, nada es más efectivo que levantar cortinas de humo. ¿Será…?
Bastante acertado tu análisis a mi parecer, Andrés. Pero sucesos extraordinarios requieren "cortinas" aún más grandes; si la epidemia se expande, quién sabe qué se le ocurrirá...
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