¿Qué es el amor…? Un desorden de los sentidos, dicen los sicólogos. Una erupción química, dicen los médicos. Una locura socialmente aceptada, dicen los sociólogos. Amar es nunca tener que pedir perdón, dice un filme de Hollywood. El amor es un secreto entre los dos, dice la letra de un bolero. Si no tengo amor nada soy, dice San Pablo. El amor es solo un maravilloso invento cultural, dice Joaquín Sabina. El amor es eterno mientras dura, dice un cínico enamorado. El amor es un estupendo negocio, dice un empresario, en vísperas del Día de los Enamorados.
¡Ah, el amor… en los tiempos del dengue y la fiebre amarilla! ¿Por qué lo reducimos a su expresión sentimental, a la relación de pareja? ¿Las demás formas de amor no son igualmente sublimes, igualmente locas, igualmente únicas?
Los enamorados de Dios. Desde el mítico Jesús de Nazaret, capaz de llegar el supremo martirio en la cruz, hasta el admirable monseñor Oscar Romero, acribillado en medio de una misa en la desgarrada El Salvador de los ‘80, entregándose por entero a una pasión divina.
Y qué decir del amor de una madre o de un padre hacia sus hijos. Tantas historias de abnegación y sacrificio sin límites por lograr la felicidad del ser que uno ha engendrado.
El otro amor que me maravilla es el de los enamorados de un ideal, de una causa noble, de una utopía. El de Ernesto “Che” Guevara dejando atrás su patria, su familia, los privilegios terrenales conquistados, para internarse en los montes al encuentro de la muerte y de la historia, en búsqueda del sueño de una nueva humanidad.
Mis enamorados favoritos siguen siendo esas chicas y esos chicos que un día de marzo de 1999 se juntaron en una plaza de Asunción para expresar su amor por una ilusión llamada patria, o democracia, o futuro en libertad. Tanto amor que no importaban las lluvias de balas asesinas, ni el avance de todos los tanques de guerra del mundo.
A pocos días del 14 de febrero, paso en limpio la lista esencial aunque incompleta de mis muchos amores:
Amo a la gente que es capaz de vencer al miedo y dar la cara para reclamar contra las injusticias. Las mareas humanas con carteles y pancartas desbordando calles y plazas. Los puños campesinos alzados sobre la tierra roja. Las roncas voces juveniles que entonan Patria Querida bajo el flamear rabioso de una bandera tricolor al viento. La dignidad indoblegable de los sobrevivientes y familiares de víctimas del incendio del Ycuá Bolaños, que no se rinden ante la Justicia más injusta y la impunidad más impune, y siguen convocando a la solidaridad, a la lucha, a la memoria, a la vida.
Amo el paisaje que me identifica, que me cuenta quien soy y de donde vengo: La lluvia mansa sobre los verdes cerros de Sapucai. El sabor agreste del guaviramí en los últimos campos sin soja de Caaguazú. Los atardeceres que incendian el río Paraguay junto al viejo puerto de Concepción. Ese cielo nocturno tan lleno de estrellas que corona la inmensidad del Chaco. El último canto del guyra campana en las selvas del Mbaracayú. El rumor del río Paraná en el amanecer luminoso de las Tres Fronteras.
Amo al pueblo que me vio nacer, mi bucólico Yhú que se resiste a quedar dormido en sus cien años de soledad. Amo a la Asunción legendaria que supo anidar mis mejores sueños juveniles y regalarme un sitio cálido a donde volver tras mis andanzas de periodista trotamundos. Amo a esta Ciudad del Este conflictiva y enigmática, vital y llena de futuro, que hoy me hace sentir como si siempre hubiera sido mi casa.
Amo las guaranias de Flores, las polcas de Emiliano, los textos de Rafael Barrett, las novelas de Roa Bastos, los poemas de Elvio Romero, los cómics de Robin Wood, los dibujos de Goiriz, la guitarra de Berta Rojas, el teatro de Nené Nuñez, la voz de Ricardo Flecha, las fotos de René González, las cerámicas de Ña Rosa, los artículos de Mengo Boccia, las películas de Juanca Maneglia y Tana Schémbori, el humor de Moneco y Casartelli, el embriagante olor a tinta fresca en un ejemplar de Última Hora al salir de la rotativa.
Amo la tormentosa esencia de una mujer que a veces está tan cerca y otras veces tan lejos. El bálsamo del cariño solidario de tantos lectores amigos y lectoras amigas. El legado de la memoria de mi papá Karai Chi’ito, la ternura sin distancias de mi mamá Ña Nilda, la sonrisa llena de futuro de mi pequeña Andrea Soledad.
sí, a tan pocos días del 14 de feb. pocos se dignan a hablar del amor sin cursilerias de poetas chatarra y con un realismo que contagien las ganas de enumerar lo que se ama.
ResponderEliminarcaí en tu blog por casualidad, buscaba alguien que hablara del amor y te encontré a ti.
:)
Ya pasó el 14 de febrero... Pero me gusta leer y releer este artículo. Y creo que también son lindos los amores platónicos que luego se convierten en realidad... También son dignos de admiración los amores que esperan y desesperan, hasta llegar a un esperado comienzo. Y nada mejor para retratarlo que la historia de Florentino Ariza y Fermina Daza...
ResponderEliminar