Leoncio tiene 21 años. Nació en Tavaí, Caazapá. Sus padres migraron al Alto Paraná, huyendo de la miseria. Querían un lote agrícola, pero pronto descubrieron que allí la tierra ya había sido vendida a los brasileños y solo les quedaban lindas promesas nunca cumplidas.
Se encontraron con otras familias en el mismo vía crucis. Se juntaron, se convencieron de que el único modo de acceder al derecho constitucional de tener un pedazo de tierra y una vivienda era a través de la fuerza colectiva, de la unión de los marginados. Se organizaron.
Una fría madrugada cortaron los alambres de una gran propiedad y allí plantaron su bandera, levantaron sus ranchitos de rama y hule. Al poco tiempo se vieron rodeados por un horizonte de armas y uniformes.
Fueron desalojados con violencia. Varios heridos, ranchos incendiados, bandera cortada a machetazos. Al mes volvieron a entrar. Aprendieron a resistir, a formar murallas humanas, a hacer denuncias en los medios. Al cabo de largos años, obtuvieron un lote de 5 hectáreas en Chino-cue.
Allí creció Leoncio con sus hermanos. Labrando la tierra desde el amanecer hasta el ocaso. Tanto sacrificio cuando toda la ganancia se la lleva el acopiador y a ellos solo les quedan las deudas. Quiso formar su propia familia, pero la tierra de papá quedaba chica y en el Indert le daban las mismas promesas de siempre.
Ahora Leoncio está en San Pedro, repitiendo la historia. Lleva una bandera tricolor en una mano y un machete en la otra. Y se pregunta si ahora que hay un nuevo presidente, distinto al de los colorados, acaso será diferente.
Josimar tiene 24 años. Nació en Santa Rita, Paraguay, pero tiene nombre brasileño y sueña en portugués. Sus padres llegaron desde Rio Grande do Sul, porque aquí la tierra era barata y las autoridades generosas.
A las 6 a.m., Josimar sube a bordo de una máquina cosechadora salida del film La Guerra de las Galaxias, cierra la cabina, enciende el aire acondicionado, pone un cedé de Leandro y Leonardo, y comienza él solo la tarea de recoger las 80 hectáreas de soja sembradas por su familia en San Cristóbal.
Si todo sale bien, cada hectárea les dejará una ganancia de 4.000 dólares. Se podría ganar más, mucho más. Hace falta comprar más tierra, plantar más soja, pero los campesinos paraguayos son tercos y no quieren vender. Tampoco quieren trabajar. ¿Por qué insisten con la mandioca o el poroto en chacras antiguas, cuando podrían mecanizar todo, plantar solo soja y volverse millonarios? Encima protestan porque se tumban los bosques y se usan agroquímicos. ¿Cómo plantar, entonces?
Ahora Josimar está asustado. Un grupo de campesinos amenaza invadir la nueva propiedad comprada en San Pedro. Las autoridades paraguayas siempre les han protegido, aunque han tenido que pagarles mucho dinero. Se pregunta si ahora que hay un nuevo presidente, distinto al de los colorados, acaso será diferente.
Leoncio y Josimar, enfrentados a los dos lados de la alambrada.
Se encontraron con otras familias en el mismo vía crucis. Se juntaron, se convencieron de que el único modo de acceder al derecho constitucional de tener un pedazo de tierra y una vivienda era a través de la fuerza colectiva, de la unión de los marginados. Se organizaron.
Una fría madrugada cortaron los alambres de una gran propiedad y allí plantaron su bandera, levantaron sus ranchitos de rama y hule. Al poco tiempo se vieron rodeados por un horizonte de armas y uniformes.
Fueron desalojados con violencia. Varios heridos, ranchos incendiados, bandera cortada a machetazos. Al mes volvieron a entrar. Aprendieron a resistir, a formar murallas humanas, a hacer denuncias en los medios. Al cabo de largos años, obtuvieron un lote de 5 hectáreas en Chino-cue.
Allí creció Leoncio con sus hermanos. Labrando la tierra desde el amanecer hasta el ocaso. Tanto sacrificio cuando toda la ganancia se la lleva el acopiador y a ellos solo les quedan las deudas. Quiso formar su propia familia, pero la tierra de papá quedaba chica y en el Indert le daban las mismas promesas de siempre.
Ahora Leoncio está en San Pedro, repitiendo la historia. Lleva una bandera tricolor en una mano y un machete en la otra. Y se pregunta si ahora que hay un nuevo presidente, distinto al de los colorados, acaso será diferente.
Josimar tiene 24 años. Nació en Santa Rita, Paraguay, pero tiene nombre brasileño y sueña en portugués. Sus padres llegaron desde Rio Grande do Sul, porque aquí la tierra era barata y las autoridades generosas.
A las 6 a.m., Josimar sube a bordo de una máquina cosechadora salida del film La Guerra de las Galaxias, cierra la cabina, enciende el aire acondicionado, pone un cedé de Leandro y Leonardo, y comienza él solo la tarea de recoger las 80 hectáreas de soja sembradas por su familia en San Cristóbal.
Si todo sale bien, cada hectárea les dejará una ganancia de 4.000 dólares. Se podría ganar más, mucho más. Hace falta comprar más tierra, plantar más soja, pero los campesinos paraguayos son tercos y no quieren vender. Tampoco quieren trabajar. ¿Por qué insisten con la mandioca o el poroto en chacras antiguas, cuando podrían mecanizar todo, plantar solo soja y volverse millonarios? Encima protestan porque se tumban los bosques y se usan agroquímicos. ¿Cómo plantar, entonces?
Ahora Josimar está asustado. Un grupo de campesinos amenaza invadir la nueva propiedad comprada en San Pedro. Las autoridades paraguayas siempre les han protegido, aunque han tenido que pagarles mucho dinero. Se pregunta si ahora que hay un nuevo presidente, distinto al de los colorados, acaso será diferente.
Leoncio y Josimar, enfrentados a los dos lados de la alambrada.
¿Dos realidades, dos países?
¿O simplemente un mismo país desgarrado que necesita confrontar sus diferencias, abrirse al diálogo, buscar una manera de corregir y superar sus viejos males?
¿Hay un nuevo Paraguay para Leoncio?
¿Hay un nuevo Paraguay para Josimar?
Hola Andrés...espectacular tu comentario, sólo una precisión: Hoy día la soja se cotiza ( No preciso exactamente) pero anda por 1.600 gs. el kilo, ponele 2.000 gs. por kilo, y si super produce 4.000 kg. la ha. el sojero tendra una rentabilidad bruta de 8 millones ( muy lejano a los 4.000 dólares de Josimar). Soy consciente de la lucha de los campesinos,pero también del esfuerzo de los agricultores sojeros de una buena parte de Itapúa (Cooperativa Colonias Unidas ha desarrollado la primera experiencia nacional de evaluación de impacto ambiental por cuencas). Creo firmemente que ambos sectores pueden avanzar, inclusive en forma conjunta, respetando el ambiente y las leyes.. Un abrazo
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