Eran los temibles dueños del país. Imponían miedo con su sola presencia armada y uniformada. Los camiones verdes recorrían los polvorientos caminos del interior, a la cacería de humildes jóvenes campesinos, muchos de ellos menores a los 18 años establecidos para el Servicio Militar Obligatorio (SMO). Era doloroso ver esos rostros oscuros y asustados, marchando arreados como reses de ganado hacia los fortines del Chaco o las fronteras.
En las remotas y aisladas poblaciones, los cuarteles militares eran castillos feudales que se alzaban como siniestros centros de poder represivo sobre el destino de hombres y mujeres.
El “glorioso Ejército paraguayo”, que no fue capaz de impedir el desvío del río Pilcomayo hacia la Argentina, o de detener el robo de los milenarios bosques hacia el Brasil, fue usado por la dictadura stronista como tropa de combate contra su propio pueblo, al arrasar a sangre y fuego la colonia San Isidro de Jejui, San Pedro, en 1975, por el “delito” de haberse convertido en una isla de la utopía, o al imponer un sitio de hambre contra los rebeldes campesinos del asentamiento Tavapy Segundo, Alto Paraná, en 1986, solo porque reclamaban un pedazo de tierra propia.
Un amplio sector de las Fuerzas Armadas se redimió con la historia al protagonizar el levantamiento armado de febrero de 1989, que derrocó al dictador Alfredo Stroessner y abrió caminos a la transición democrática. En ese proceso, acabó devorado por su propia revolución: la Constitución de 1992 instituyó la Objeción de Conciencia, que en la práctica significó la muerte del SMO.
En todos estos años, los cuarteles militares paraguayos se han ido sumiendo en un franco y lento deterioro, que de alguna manera es también el reflejo del proceso en que se sumió toda la sociedad. La larga lista de más de 100 soldados muertos por abusos o negligencias durante la conscripción, agudizó la rebeldía civil de los jóvenes y multiplicó el número de objetores.
Hoy los destacamentos fronterizos son ruinosas edificaciones en donde abundan jefes y oficiales, mientras escasean los soldados. No debe extrañar que policías bolivianos, brasileños o argentinos ingresen impunemente a realizar arrestos en territorio paraguayo, cuando hay un solo militar para cuidar cada 13 kilómetros de frontera.
En estos 20 años de transición democrática hay un gran debate que falta: ¿qué modelo de Fuerzas Armadas queremos para el Paraguay del Siglo Veintiuno?
En las remotas y aisladas poblaciones, los cuarteles militares eran castillos feudales que se alzaban como siniestros centros de poder represivo sobre el destino de hombres y mujeres.
El “glorioso Ejército paraguayo”, que no fue capaz de impedir el desvío del río Pilcomayo hacia la Argentina, o de detener el robo de los milenarios bosques hacia el Brasil, fue usado por la dictadura stronista como tropa de combate contra su propio pueblo, al arrasar a sangre y fuego la colonia San Isidro de Jejui, San Pedro, en 1975, por el “delito” de haberse convertido en una isla de la utopía, o al imponer un sitio de hambre contra los rebeldes campesinos del asentamiento Tavapy Segundo, Alto Paraná, en 1986, solo porque reclamaban un pedazo de tierra propia.
Un amplio sector de las Fuerzas Armadas se redimió con la historia al protagonizar el levantamiento armado de febrero de 1989, que derrocó al dictador Alfredo Stroessner y abrió caminos a la transición democrática. En ese proceso, acabó devorado por su propia revolución: la Constitución de 1992 instituyó la Objeción de Conciencia, que en la práctica significó la muerte del SMO.
En todos estos años, los cuarteles militares paraguayos se han ido sumiendo en un franco y lento deterioro, que de alguna manera es también el reflejo del proceso en que se sumió toda la sociedad. La larga lista de más de 100 soldados muertos por abusos o negligencias durante la conscripción, agudizó la rebeldía civil de los jóvenes y multiplicó el número de objetores.
Hoy los destacamentos fronterizos son ruinosas edificaciones en donde abundan jefes y oficiales, mientras escasean los soldados. No debe extrañar que policías bolivianos, brasileños o argentinos ingresen impunemente a realizar arrestos en territorio paraguayo, cuando hay un solo militar para cuidar cada 13 kilómetros de frontera.
En estos 20 años de transición democrática hay un gran debate que falta: ¿qué modelo de Fuerzas Armadas queremos para el Paraguay del Siglo Veintiuno?
joder!!!... muy buen post, he encontrado muy pocos comenarios sobre el robo del rio pilcomayo...
ResponderEliminaraqui dejo un enlace de mi blog
http://dioscafichotodopoderoso.wordpress.com/