miércoles, 3 de junio de 2009
Treinta años de periodismo
Yo tenía 17 años y necesitaba desesperadamente conseguir un empleo. Tras concluir el bachillerato en la calcinada Salto del Guairá, cargué mis maletas y me trasladé a Asunción, convencido de que mi destino era convertirme en periodista. Pero un accidente segó la vida de mi padre en aquel trágico 1979, dejándome con una madre y dos hermanas desconsoladas, y mis mejores sueños al borde del abismo.
Mi tío Blas Roberti me tiró un cable salvador: “El director de Última Hora es amigo mío, le voy a llamar”. Con mis textos estudiantiles dentro de una carpeta verde, llegué hasta el viejo edificio de la calle Benjamín Constant 658, y tras una larga antesala, me encontré ante un sorprendido Demetrio Papu Rojas.
“Pero… ¡sos muy joven todavía!”, me reclamó el director, que no tenía más de 25 años. Tras un interrogatorio que no ayudó a despejar sus dudas, llamó al jefe de Redacción, el profe Pedro Justino Macchi. “Tomalo como practicante. No le vamos a poder pagar nada todavía”, decretó Papu.
El 1 de junio de 1979, a las 7.15 de la mañana, con cara del adolescente más perdido del mundo, ingresé a la Redacción de Última Hora. Macchi me presentó a los demás editores. “¿Qué…? ¿Ahora contratamos criaturas?”, se burló Félix Humberto Paiva. En seguida me encomendó mi primera misión: “Andá a comprarme una coca de la cantina”.
Recuerdo esa primera mañana como una interminable navegación entre periodistas apurados que me desalojaban de sus mesas. Al filo del mediodía, Macchi me encargó una tarea: “Andate al Mercado a traerme precios de la carne y las verduras”. Allá fui, con el inefable Fotosky Irala, que partía a otra cobertura y me iba a dejar en el camino.
Quiso el destino que en aquel momento se produzca una batalla campal entre inspectores municipales y vendedoras del mercado. El intendente Pereira Ruiz Díaz quería despejar la calle Battilana, pero las mercaderas se resistieron con piedras y palos, dejando varios heridos. Fotosky disparó su cámara, mientras me indicaba a quién entrevistar. En seguida me arrastró a la camioneta y volvimos al periódico: “¡Esta es la noticia del día!”.
Cuando Macchi lo supo, se puso eufórico. Buscó a un periodista que redacte la noticia, pero todos estaban muy ocupados, o ya se habían marchado. El diario era vespertino, y estábamos en la hora de cierre. Le dije que no se preocupe, que yo mismo le iba a redactar. Huyendo de su mirada de desconfianza, me senté ante la primera máquina de escribir y traté de disimular que estaba temblando. Veinte minutos después dejé sobre su mesa las dos cuartillas. Las leyó, hizo algunas correcciones, y me dijo que me podía retirar.
Esa tarde sentí un escalofrío al ver en las páginas impresas mi anónimo primer artículo. Se me escaparon algunas lágrimas, que me las sequé rápidamente, para que nadie se de cuenta. Al día siguiente, el director Rojas me llamó a su despacho y me anunció que estaba oficialmente contratado como periodista practicante, y que desde ese mes iba a cobrar mi primer sueldo.
Sangre y tinta. Se cumplen 30 años desde aquel lejano día. ¿Tanto y tan poco?
En 1995, cuando publiqué la serie “El país de la droga”, el hijo del Rey de la Marihuana de Capitán Bado, Ramón Morel, me ofreció un fajo de dólares para cubrir “mis gastos”. Lo rechacé con amabilidad y le expliqué que la entrevista que me había dado en la clandestinidad no tenía precio.
En 2002, cuando publiqué una serie de reportajes sobre los escuadrones de la muerte en la frontera seca con Brasil, me llegó un sobre que contenía una bala calibre 45 con un papel pegado con cinta adherente, en donde estaba escrito mi nombre. La tengo bien guardada, cual amuleto de la suerte.
Tuve el privilegio de cubrir la muerte del ex dictador Alfredo Stroessner, en Brasilia. La alegría de encontrar vivo al desaparecido periodista Kike Galeano, en Sao Paulo. La osadía de llegar al corazón del narcotráfico y del contrabando, de radiografiar las muchas formas de corrupción que corroen el alma del Paraguay. La discutida primicia de revelar la otra cara de Fernando Lugo, con el tema de sus presuntos hijos. Pero también tuve el grato placer de contar las maravillas del otro país: la revolución de la limpieza en Atyrá, la experiencia de salud comunitaria en Fram, los fuegos mágicos de Tañarandy…
Me hice periodista porque tengo miles de preguntas que me consumen el alma. Porque quiero saber y entender qué pasa, y ayudar a que la gente también sepa y entienda. El mundo sería otro si tuviésemos mejor información para decidir con mayor criterio y conocimiento nuestro propio destino.Creo que el periodismo es un fin y no un medio. Elegí ser periodista para ser periodista, y no como el camino más corto para enriquecerse, conseguir un cargo público o figurar en una lista de candidatos.
Treinta años después, mis sueños están enteros. Y todavía queda tanto por hacer…
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Mi querido Andrés: Para mi es un orgullo leer tus articulos, pero cuando me veo retratado en una de ellas me siento mejor aún, es señal de que SABES de verdad el clima que hay en Yby Yaú. Te cuento ademas que el actual director de esperanza FM esta siendo citado "extrañamente" para un juicio oral en un caso en el cual él no estuvo presente. A lo mejor vamos a tener otro pirulo por ahi. Dios quiera que no. saludos y muchos deseos de éxitos para ti.
ResponderEliminarEstimado Kike: el clima de Yby Yaú no es muy diferente al del resto del Paraguay. A pesar de los cambios de aire político, hay cosas que no cambian. Magdaleno sigue allí, y hay otros nuevos, de color colorado, azul o verde. Pero seguimos aquí. Hay cosas que cambian y cosas que no. Y como canta León Gieco, "nosotros no vamos a cambiar". Un abrazo.
ResponderEliminarHola Andrés:
ResponderEliminar¡¡¡Tu pasión es el periodismo!!!
Abrazo
La Maga
Me encantó leer tu historia de amor con el periodismo,tenés una forma tan linda de escribir que es como si viera lo que vas contando...
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