¿En qué nocturno momento de la fiesta por la victoria de la selección paraguaya de fútbol contra Argentina, se le ocurrió al presidente de la República, Fernando Lugo, "regalarle al pueblo" un día de asueto nacional, declarando so'o toda actividad pública laboral del día siguiente, para continuar celebrando la clasificación al Mundial de Sudáfrica 2010?
¿Será que llegó a realizar algún mínimo análisis con sus asesores, o fue simplemente un arrebato de euforia futbolera el que lo llevó a estampar su firma en el polémico decreto 2.887, parido literalmente "entre gallos y medianoche"?
Más allá de cuáles hayan sido las circunstancias concretas en que se gestó la decisión presidencial, el jefe de Estado ha cometido un lamentable e improvisado gesto de populismo político, que aparte de generar caos y confusión en escuelas y hospitales públicos, en tribunales y ministerios, ha ocasionado malestar e indignación en amplios sectores de la ciudadanía, privados intempestivamente de elementales servicios públicos, y ha acarreado considerables pérdidas económicas -aun no cuantificadas- a numerosas unidades comerciales y productivas del país.
Pero es aún más grave el daño que una medida así le ocasiona al propio proceso de pretendida construcción de un tiempo político democrático diferente, inaugurado tras la histórica derrota de un sistema de poder que mantuvo al Paraguay bajo el nefasto dominio del populismo más autoritario durante 60 años. Quienes en abril de 2008 lograron la victoria en las elecciones presidenciales, embanderados justamente en el anhelo ciudadano del cambio, no pueden darse el lujo de caer en los mismos vicios que el de sus siniestros antecesores.
Es entendible que los líderes políticos quieran utilizar y manipular en forma oportunista el desborde de pasión popular que despiertan las grandes hazañas futbolísticas. El tirano Alfredo Stroessner lo hacía con mucha eficacia: cada vez que la selección albirroja ganaba un campeonato, aprovechaba para aumentar por decreto el precio de los combustibles. Con la obtención del campeonato mundial 1978 por el seleccionado argentino, la dictadura de militar del vecino país enmascaró la más feroz y criminal represión, que dejó 30.000 desaparecidos. Pero los tiempos, se suponen, han cambiado. Y uno espera que los líderes que se presentan como una alternativa diferente, actúen de manera distinta. ¿O no?
¿Será que llegó a realizar algún mínimo análisis con sus asesores, o fue simplemente un arrebato de euforia futbolera el que lo llevó a estampar su firma en el polémico decreto 2.887, parido literalmente "entre gallos y medianoche"?
Más allá de cuáles hayan sido las circunstancias concretas en que se gestó la decisión presidencial, el jefe de Estado ha cometido un lamentable e improvisado gesto de populismo político, que aparte de generar caos y confusión en escuelas y hospitales públicos, en tribunales y ministerios, ha ocasionado malestar e indignación en amplios sectores de la ciudadanía, privados intempestivamente de elementales servicios públicos, y ha acarreado considerables pérdidas económicas -aun no cuantificadas- a numerosas unidades comerciales y productivas del país.
Pero es aún más grave el daño que una medida así le ocasiona al propio proceso de pretendida construcción de un tiempo político democrático diferente, inaugurado tras la histórica derrota de un sistema de poder que mantuvo al Paraguay bajo el nefasto dominio del populismo más autoritario durante 60 años. Quienes en abril de 2008 lograron la victoria en las elecciones presidenciales, embanderados justamente en el anhelo ciudadano del cambio, no pueden darse el lujo de caer en los mismos vicios que el de sus siniestros antecesores.
Es entendible que los líderes políticos quieran utilizar y manipular en forma oportunista el desborde de pasión popular que despiertan las grandes hazañas futbolísticas. El tirano Alfredo Stroessner lo hacía con mucha eficacia: cada vez que la selección albirroja ganaba un campeonato, aprovechaba para aumentar por decreto el precio de los combustibles. Con la obtención del campeonato mundial 1978 por el seleccionado argentino, la dictadura de militar del vecino país enmascaró la más feroz y criminal represión, que dejó 30.000 desaparecidos. Pero los tiempos, se suponen, han cambiado. Y uno espera que los líderes que se presentan como una alternativa diferente, actúen de manera distinta. ¿O no?
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