sábado, 2 de enero de 2010

Desde lo cotidiano


Ya estamos estrenando los primeros flamantes días del 2010. “Año Nuevo, Vida Nueva”, reza el popular refrán. A juzgar por los textos de muchos mensajes de saludos que me llegaron via e-mail o sms en las últimas agónicas horas del año que se fue, habita realmente en el interior de muchas personas un imperioso deseo de que la renovación de la agenda anual también produzca cambios y transformaciones personales y colectivas.
¿Qué es lo que realmente termina y comienza en la frontera entre el 2009 y el 2010? ¿El tiempo, la vida, los sueños…? ¿Cambia algo dentro nuestro, solo porque cambia el calendario? ¿Necesitamos acaso la excusa de un almanaque para convencernos de que podemos renovar nuestra vida…? ¿Y si lo hiciéramos a cada instante que transcurre…?
Agradezco de corazón los muchos buenos deseos que me han hecho llegar en estas fiestas tantos queridos amigos y amigas, pero escribí en una de las redes sociales de internet que mientras aguardaba que se cumplan los deseos que me habían enviado en el anterior Año Nuevo... ¡ya se me terminó el año!
Por tanto, les propongo: ¿Qué tal si, en lugar de pedir y esperar que los buenos deseos para este 2010 nos caigan como una lluvia milagrosa desde alguna parte, nos dedicamos a hacerlos realidad nosotros mismos?
Hay mucha gente que lo hace, en forma anónima y silenciosa, sin buscar réditos políticos ni económicos, sin buscar las cámaras y los reflectores de los medios de comunicación, apenas porque sienten que esa es su manera de contribuir a cambiar y a construir un nuevo país, desde lo cotidiano.
Los rostros de algunas de estas personas, hombres y mujeres, han aparecido en la portada de Última Hora del 31 de diciembre, elegidos por los periodistas de este diario como “los rostros del Paraguay positivo”.
Niños crecidos en un carenciado barrio del Bañado, junto al basural de Cateura, que desde una escuelita de fútbol llamada “siembra” han sido capaces de ubicarse entre los primeros en el campeonato mundial de Milán. Un funcionario público del interior del país, que rompiendo el mito de la corrupción se bate de manera indoblegable por proteger el medio ambiente. Una médica estatal que inventa recursos para llevar a los pacientes desde sus casas al hospital y los cuida como si fueran sus hijos. Una familia humilde que perdió a la madre y esposa, y decidió donar sus órganos para dar vida a otros, sobreponiéndose al dolor y a los prejuicios.
No son santos ni superhéroes. Son gente común y corriente, como cualquiera de nosotros, con sus defectos y virtudes, con sus alegrías y tristezas, pero en su accionar diario van dejando una estela luminosa, a veces imperceptible para quienes solo se deslumbran con las luces y los estruendos artificiales.

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