viernes, 21 de mayo de 2010

El hombre que hizo temblar a la dictadura


Diciembre de 1969. La caravana de promeseros asciende la loma de Caacupé, mientras el país se estremece bajo una fuerte oleada represiva del terrorismo estatal. Los campesinos de las Ligas Agrarias son perseguidos a sangre y fuego. En los oscuros calabozos, medio centenar de presos políticos claman sordamente a una Justicia que tiene los ojos más vendados que nunca.
El dictador Alfredo Stroessner se dispone a hacer gala de catolicismo en la tradicional Procesión de la Virgen de Caacupé, cuando le comunican que el nuevo obispo de la Diócesis serrana ha resuelto suspender la festividad religiosa, en protesta contra “las injusticias y falsedades de parte de los responsables del Gobierno del país”. En una carta pastoral, el prelado escribe: “La Procesión de la Virgen hubiera debido significar íntima alegría de todos los hogares, pero en muchos la luz de la alegría se apagó. El temor alejó, si no es la muerte, al jefe del hogar…”.
El supremo gobernante monta en cólera: ¿Quién es ese insensato obispo que se atreve a desafiarlo, privándolo de la anual exhibición ante el altar de la Virgen? “Es un salesiano, excelencia…”, le contesta la voz trémula de uno de sus esbirros. “Se llama Ismael Rolón”.
Aquel cura caazapeño testarudo se convierte rápidamente en uno de los mayores dolores de cabeza del tirano. El 4 de febrero de 1971, a poco de asumir como arzobispo de Asunción, monseñor Ismael Rolón renuncia a integrar el Consejo de Estado –cargo que constitucionalmente correspondía a los arzobispos-, para no avalar “la situación de crecientes abusos y patentes violaciones de derechos humanos”, según justifica en una carta pública.
Habló con profética valentía cuando tenía que hablar, y actuó calladamente cuando sentía que las gestiones privadas eran más efectivas. Sus masivas “procesiones del silencio” enseñaron que la mudez puede ser más estentórea que el grito panfletario. Y definió con una certera frase para la historia (“hombres escombros”) a los autoritarios y corruptos.
Tras la caída de la dictadura, en 1989, dejó su silla arzobispal, pero siguió educando y defendiendo los derechos humanos. Desde su idílico Oasis de Ypacaraí, iluminó con su palabra reflexiva la realidad cotidiana.
En estos días en que su cansado cuerpo físico se debate entre la vida y la muerte, a sus 96 años de edad, es necesario rescatar la figura de monseñor Ismael Rolón. Un compatriota digno y heroico, quien mantuvo siempre una intachable conducta moral, una coherencia y rectitud humana poco frecuente en el Paraguay.

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