¿Quién diría que ya se van a cumplir veinte años, Santiago?
Veinte años desde aquella mañana en que te reías en el micrófono de la radio, en ese enlace con Ñandutí desde el Amambay, cuando Humberto pedía que te cuides ante las amenazas de muerte, y vos le respondías sin saber que tus palabras iban a quedar para siempre en el bronce: “Hay dos clases de muerte: una es la muerte material y otra es la muerte cuando uno abandonó la ética y la voluntad de trabajo. Prefiero la muerte física a la muerte ética".
Veinte años desde ese fatídico mediodía del 26 de abril de 1991, en que te despedías de los oyentes de tu programa Puertas Abiertas (sin saber que lo estabas haciendo para siempre) y subías al auto manejado por tu fiel Carapé Cabral, para dirigirte al restaurante El Pato donde los muchachos ya te estaban esperando con botellas de cerveza helada y una suculenta feijoada, sin sospechar que la muerte te aguardaba agazapada en el camino.
Veinte años desde que el siniestro Volkswagen Gol color negro, con vidrios polarizados y puerta derecha abollada, te cerró el paso en la esquina de Rodríguez de Francia y De Jesús Martínez, en plena línea internacional fronteriza entre Pedro Juan y Ponta Porá, y los tres oscuros pistoleros brasileños cegaron con 21 certeros disparos tanta pasión informativa, tanto coraje periodístico, tanta lucha democrática, tantos sueños por hacer posible un país diferente.
Veinte años de indignadas marchas de protesta y de estandartes con tu imagen. Veinte años de pronunciar discursos y depositar coronas de flores frente a tu rostro de metal. Veinte años de una niña y tres chicos que tuvieron que hacerse adultos a la fuerza con la dolorosa ausencia de papá. Veinte años de presidentes de la República y ministros de la Corte Suprema jurando en vano reabrir el caso y llevar a tus asesinos ante la Justicia, mientras dejaban que el voluminoso expediente número 70 se vaya cubriendo de polvareda y telarañas en algún neblinoso rincón de la memoria colectiva.
Veinte años desde que la mafia y el crimen organizado, junto a sus padrinos políticos, les demostraron al mundo qué fácil es asesinar a un inquisidor periodista en el Paraguay, y quedar impunes no solo durante veinte años, sino quizás para siempre. Aunque en la sangrienta y dolorosa huella de aquel crimen horrendo hayan surgido y sigan surgiendo muchos otros seguidores de aquel valiente y luminoso Santiago Leguizamón, que no aprendieron la criminal lección, e insisten tercamente en seguir cuestionando, investigando, informando, denunciando, publicando…
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