Sesenta y seis días antes de asumir como presidente, Fernando Lugo Méndez descubrió que los periodistas podemos resultar muy molestos e hinchapelotas. O como exclamó con fastidio a la salida del Congreso, cuando le cerraron el paso y acribillaron con preguntas sobre el escándalo de nepotismo en la Alianza: ¡Hay una “dictadura de la prensa!”.
A su nuevo compañero de almuerzos y viajes, Nicanor Duarte Frutos, le llevó más tiempo darse cuenta de que hay una “prensa enemiga”. El Tendotá se pasó los primeros años de gobierno buscando seducir o domesticar a periodistas y empresarios de medios, regalando millonarias pautas publicitarias de las binacionales, llamando personalmente por teléfono a las redacciones para reclamar ante cualquier publicación crítica.
Tuvo relativo éxito: algunos conductores de radio y televisión leían avisos pagados por Itaipú como noticias de maravillosos actos de gobierno, y guardaban silencio sobre malversaciones de fondos o enriquecimientos ilícitos, mientras quienes investigábamos la corrupción nicanorista éramos acusados de promover una conspiración para derrocar a los colorados.
Fernando Lugo ganó las elecciones con una relación de enamoramiento con la prensa, que quizás pensó iba a ser duradera. Más religioso que político, le falta aprender que las denuncias de primera plana exigen respuestas claras, urgentes y precisas.
El presidente electo tiene todo el derecho de evitar ser víctima del acoso periodístico, pero debe saber que cerrar la boca o exclamar “sin comentarios” cuando flotan preguntas quemantes en la opinión pública, es también una respuesta: Los gritos del silencio.
Llamarse a retiro espiritual ante los conflictos podía funcionar bien cuando era obispo de San Pedro, pero ahora que es jefe de Estado, lejos de aplacar la indignación pública, solo hace que la bola de nieve informativa siga rodando y creciendo en contra. Lo que pasó con los parientes en Yacyretá demuestra que Lugo no tiene buenos asesores de comunicación. O si los tiene, no les hace mucho caso.
Es bueno para el país y la democracia que exista una “dictadura de la prensa”, en lugar de una “prensa amiga”. Es bueno que los diarios y canales “amigos de Fernando” denuncien el primer caso flagrante de nepotismo luguista y franquista, con igual destaque que si los responsables hubiesen sido colorados. Es bueno que los periodistas le cierren el paso al presidente electo y le interroguen por qué avaló con su silencio o ambigüedad una falta grave. Es bueno que la luna de miel entre Lugo y la prensa termine en divorcio.
A su nuevo compañero de almuerzos y viajes, Nicanor Duarte Frutos, le llevó más tiempo darse cuenta de que hay una “prensa enemiga”. El Tendotá se pasó los primeros años de gobierno buscando seducir o domesticar a periodistas y empresarios de medios, regalando millonarias pautas publicitarias de las binacionales, llamando personalmente por teléfono a las redacciones para reclamar ante cualquier publicación crítica.
Tuvo relativo éxito: algunos conductores de radio y televisión leían avisos pagados por Itaipú como noticias de maravillosos actos de gobierno, y guardaban silencio sobre malversaciones de fondos o enriquecimientos ilícitos, mientras quienes investigábamos la corrupción nicanorista éramos acusados de promover una conspiración para derrocar a los colorados.
Fernando Lugo ganó las elecciones con una relación de enamoramiento con la prensa, que quizás pensó iba a ser duradera. Más religioso que político, le falta aprender que las denuncias de primera plana exigen respuestas claras, urgentes y precisas.
El presidente electo tiene todo el derecho de evitar ser víctima del acoso periodístico, pero debe saber que cerrar la boca o exclamar “sin comentarios” cuando flotan preguntas quemantes en la opinión pública, es también una respuesta: Los gritos del silencio.
Llamarse a retiro espiritual ante los conflictos podía funcionar bien cuando era obispo de San Pedro, pero ahora que es jefe de Estado, lejos de aplacar la indignación pública, solo hace que la bola de nieve informativa siga rodando y creciendo en contra. Lo que pasó con los parientes en Yacyretá demuestra que Lugo no tiene buenos asesores de comunicación. O si los tiene, no les hace mucho caso.
Es bueno para el país y la democracia que exista una “dictadura de la prensa”, en lugar de una “prensa amiga”. Es bueno que los diarios y canales “amigos de Fernando” denuncien el primer caso flagrante de nepotismo luguista y franquista, con igual destaque que si los responsables hubiesen sido colorados. Es bueno que los periodistas le cierren el paso al presidente electo y le interroguen por qué avaló con su silencio o ambigüedad una falta grave. Es bueno que la luna de miel entre Lugo y la prensa termine en divorcio.
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