Hace un año, los pies de Fernando Lugo Méndez pisaron por vez primera la lujosa alfombra del poder presidencial, cubiertos apenas por unas humildes sandalias franciscanas de cuero artesanal.
Con su sencillo pantalón de tela gris y su blanca camisa de cuello mao, asumió su cargo haciendo añicos el rancio protocolo de corbatas y trajes oscuros, en un rebelde gesto simbólico que algunos interpretaron como un acto de demagogia o populismo, y otros como una sincera identificación con los humildes.
Aquel bíblico par de calzados, que acompañaron su peregrinar de obispo y su trajín electoral por los polvorientos caminos de la política, parecían haber llegado para instalarse sobre las baldosas del Palacio de López y Mburuvicha Róga.
De un tiempo a esta parte, sin embargo, las cámaras ya no enfocan a las sandalias del presidente. En su lugar exhiben unos elegantes zapatos de cuero, unos cómodos mocasines náuticos, y hasta unas deportivas zapatillas de motoqueiro. ¿Un cambio de look forzado por el frío invernal, o quizás la señal más patente de transformaciones políticas en el estilo de gobernar?
Al cumplir su primer año de gestión, tras el histórico derrumbe del imperio colorado, Lugo parece haber remontado un poco más la imagen de aquel improvisado líder político, inicialmente soberbio y casi autista, encandilado por los artificios del Socialismo del Siglo XXI del comandante venezolano Hugo Chávez, hacia un modelo de gobierno más serio y posible, sensible ante las injusticias del sistema, pero más equilibrado en sus propuestas de gobernabilidad.
La última cumbre del Mercosur, en Asunción, fue el principal eco de ese cambio: Chávez ausente sin aviso, Evo Morales relevado a un rol de actor secundario, y un Lugo definitivamente más cerca de Lula, Bachelet y Tabaré.
Un gran retroceso, desde la revolución posible hacia la socialdemocracia reformista, cuestionará la minoritaria izquierda anclada en el tiempo. Una derrota ideológica, celebrará la derecha reaccionaria, incapaz de entender los desafíos del futuro. ¿O acaso simplemente el resultado del duro aprendizaje de un “outsider” de la política, en un año de gestión hecho a fuerza de muchos errores, pero rescatables logros?
El acuerdo histórico con Brasil sobre Itaipú, el principio del saneamiento de la policía, la salud pública y la educación desde las necesidades de la gente, las arcas públicas cuidadas con celo inusitado, un gabinete de relativa eficiencia pero mucha honestidad… son aún débiles estrellas frente a las graves demandas sociales, la extrema pobreza, la inseguridad cotidiana, la incapacidad de diálogo y negociación. Un árido pero esperanzador camino que habrá que recorrer, con sandalias o sin ellas.
Con su sencillo pantalón de tela gris y su blanca camisa de cuello mao, asumió su cargo haciendo añicos el rancio protocolo de corbatas y trajes oscuros, en un rebelde gesto simbólico que algunos interpretaron como un acto de demagogia o populismo, y otros como una sincera identificación con los humildes.
Aquel bíblico par de calzados, que acompañaron su peregrinar de obispo y su trajín electoral por los polvorientos caminos de la política, parecían haber llegado para instalarse sobre las baldosas del Palacio de López y Mburuvicha Róga.
De un tiempo a esta parte, sin embargo, las cámaras ya no enfocan a las sandalias del presidente. En su lugar exhiben unos elegantes zapatos de cuero, unos cómodos mocasines náuticos, y hasta unas deportivas zapatillas de motoqueiro. ¿Un cambio de look forzado por el frío invernal, o quizás la señal más patente de transformaciones políticas en el estilo de gobernar?
Al cumplir su primer año de gestión, tras el histórico derrumbe del imperio colorado, Lugo parece haber remontado un poco más la imagen de aquel improvisado líder político, inicialmente soberbio y casi autista, encandilado por los artificios del Socialismo del Siglo XXI del comandante venezolano Hugo Chávez, hacia un modelo de gobierno más serio y posible, sensible ante las injusticias del sistema, pero más equilibrado en sus propuestas de gobernabilidad.
La última cumbre del Mercosur, en Asunción, fue el principal eco de ese cambio: Chávez ausente sin aviso, Evo Morales relevado a un rol de actor secundario, y un Lugo definitivamente más cerca de Lula, Bachelet y Tabaré.
Un gran retroceso, desde la revolución posible hacia la socialdemocracia reformista, cuestionará la minoritaria izquierda anclada en el tiempo. Una derrota ideológica, celebrará la derecha reaccionaria, incapaz de entender los desafíos del futuro. ¿O acaso simplemente el resultado del duro aprendizaje de un “outsider” de la política, en un año de gestión hecho a fuerza de muchos errores, pero rescatables logros?
El acuerdo histórico con Brasil sobre Itaipú, el principio del saneamiento de la policía, la salud pública y la educación desde las necesidades de la gente, las arcas públicas cuidadas con celo inusitado, un gabinete de relativa eficiencia pero mucha honestidad… son aún débiles estrellas frente a las graves demandas sociales, la extrema pobreza, la inseguridad cotidiana, la incapacidad de diálogo y negociación. Un árido pero esperanzador camino que habrá que recorrer, con sandalias o sin ellas.
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