sábado, 29 de agosto de 2009

Lecciones de un trágico secuestro


Lo que menos importa es si fue un secuestro o un autosecuestro. Ya nada va a devolver a una joven vida tan trágicamente interrumpida. Ya nada va a aliviar el dolor de una familia, destrozada por la pérdida de un hijo, en circunstancias tan horrorosas. Ya nada va a lavar la pena de una colectividad nuevamente alcanzada por el golpe ciego de la violencia criminal y la muerte.
A esta altura, lo que menos importa es si el estudiante Juan Alberto Ortíz Gómez planeó él mismo su propio plagio, casi como una travesura juvenil que acabó terriblemente mal, o si fue vilmente engañado por algunos de sus habituales amigos y compañeros.
En cualquiera de los casos que logre confirmar la investigación, Chispa ha sido la víctima propiciatoria de una sociedad enferma y violenta, con valores profundamente alterados por la corrupción y la impunidad, donde se estimula entre los jóvenes el peligroso juego del hedonismo exacerbado, el lucro fácil y la ambición desmedida al margen de la Ley.
La trágica y aun inacabada historia que conmueve al Alto Paraná y al resto del país parece salida de una novela policial negra de Bret Easton Ellis (autor de “Psicópata Americano”) o de las películas de ficción de Quentin Tarantino, pero lamentablemente pertenece a la cruda vida real. Más allá del asombro, la pena, el dolor o el temor colectivo, debe dejarnos abrumadoras lecciones, que permitan corregir lo mucho que está mal, y evitar que casos como este vuelvan a repetirse.
Lecciones para los organismos de seguridad del Estado, especialmente los de la Policía Antisecuestro, que han revelado una vez más su deficiente preparación para enfrentar y combatir el crimen, su vulnerabilidad a la corrupción, su peligrosa opción por actuar al margen de la institucionalidad, poniendo en riesgo la vida de la víctima.
Lecciones para los periodistas y conductores de medios de comunicación, que en la riesgosa competencia por la primicia, violamos elementales normas de seguridad y de responsabilidad en el chequeo de las versiones, el derecho a la intimidad de las familias afectadas.
Lecciones para el conjunto de una sociedad que convive cotidianamente con formas de ilegalidad y acepta fácilmente el accionar de las mafias. Pero ha sido reconfortante, esta vez, ver como un amplio sector de esta misma colectividad altoparanaense, especialmente joven, se ponía de pie y salía a la calle, con el indignado grito de “¡Basta ya!”. Ha sido el signo más lúcido y esperanzador en estos días de dolor, luto, indignación y asombro.

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