martes, 6 de abril de 2010

Tribunal a bordo de un ómnibus


Sucedió el miércoles, cerca del mediodía, a bordo de un ómnibus de la línea 21, en su recorrido por la avenida Eusebio Ayala. Yo andaba por Asunción, realizando apurados trámites antes de emprender una expedición al Sur, cuando la realidad cotidiana me regaló esta historia.
El bus no estaba lleno. Gente volviendo de la última jornada laboral, pensando en el feriado de Semana Santa. En uno de los asientos iba una joven mujer, acompañada de una chiquilla de unos 4 años, que lloraba desconsoladamente. Nerviosa, la mujer le pedía que se calle, pero ella seguía llorando. Entonces le propinó un violento pellizco en el brazo. La nena pegó un aullido aterrador, que hizo sobresaltar a todos.
Otra mujer, ya mayor, la miró con dureza desde la fila de asientos de enfrente:
-¿Es tu hija? -preguntó.
-Sí, es mi hija -respondió la mujer joven.
-¿Y por qué le torturás así?
-¿Qué...?
-¿Por qué le torturás así a esta pobre inocente?
-¿Qué te pasa...? ¿Por qué te metés, vieja loca? -le recriminó la mujer joven-. ¡Es mi hija y le puedo corregir como quiera!
-¡Estás muy equivocada! Los niños tienen derechos protegidos por la Constitución. Cualquier ciudadano puede defenderlos ante un caso de maltrato, y denunciarte ante las autoridades, aunque seas su mamá.
-¡Es mi hija, ya te dije, y puedo hacer con ella lo que quiera..! ¡Vieja metida, preocupate por tus hijos, quien sabe dónde están!
-¡Mis hijos están bien, gracias! Sos una pobre ignorante. Le vas a traumar todo a esa pobre criatura. ¡Si le volvés a levantar un dedo, llamo a la Policía y te mando a la cárcel!»
La nena había dejado de llorar y miraba entre confundida y aliviada, a su madre castigadora y a su inesperada defensora. Entre el resto de los pasajeros nadie hablaba. Algunos movían la cabeza en señal de aprobación o rechazo, en un surrealista juicio a bordo del bus, que ya tenía acusada, jueza, defensores, fiscales y testigos. El chofer reía divertido, mirando por el espejo retrovisor.
La mujer joven ya no dijo nada. Se quedó en silencio, soportando la mirada dura de la mujer mayor. Se escapó en la primera parada, alzando en brazos a su hijita, con una suavidad y ternura que hasta entonces no había mostrado.

1 comentario:

  1. Andrés, la vida es un tribunal a veces, donde todos componen un juicio oral. A mí me pasa siempre y eso no me hace sentir bien.

    ResponderEliminar