Para quien llega desde Foz de Yguazú (Brasil) a Ciudad del Este (Paraguay), cruzar la frontera por el Puente de la Amistad, sobre el río Paraná, es relativamente fácil.
El tránsito es rápido, el paisaje es lindo, y en el lado paraguayo hay un panorama caótico pero fluido: edificios en reparaciones, aduaneros que no hacen revisiones molestas (a no ser que usted traiga algún cargamento visible, en cuyo caso tal vez le pidan coima para agilizar el paso), y hasta una nueva Policía de Turismo que ayuda con sus orientaciones.
Si usted realiza el mismo cruce en sentido contrario, del Paraguay al Brasil, tendrá inconvenientes: largas y exasperantes colas, en las que permanecerá atrapado por varias horas hasta alcanzar la Aduana brasileña, donde funcionarios de la Receita Federal revisan lenta y minuciosamente las mercaderías adquiridas por los “sacoleiros”. De los seis carriles instalados para el paso de vehículos, normalmente funcionan dos, y a veces uno solo, como si deliberadamente quisieran que el cruce sea un verdadero calvario, y a todo brasileño se le quiten las ganas de venir a hacer compras en el Paraguay.
Ahora, esta situación se agravará mucho más. Desde el 1 de agosto, cada una de las aproximadamente 25.000 personas que cruzan diariamente el Puente de la Amistad, tendrá que registrar su ingreso a territorio brasileño, al igual que la salida. Con la infraestructura actual, significará colapsar totalmente el mayor flujo de cruce fronterizo del Cono Sur.
Brasil tiene todo el derecho a ejercer controles, pero es inevitable ver en esta medida otro intento de Itamaraty para asfixiar al comercio de Ciudad del Este, defendiendo intereses de otros grupos económicos, como los que abastecen el tráfico comercial desde la zona franca de Manaos.
No es cierto que sea una acción a favor de la legalidad, pues cuando más trabas se crean en el Puente, más surgen las peligrosas rutas alternativas, como los puertos clandestinos para el contrabando a orillas del río Paraná y el Lago de Itaipú, cuya existencia el Brasil abiertamente conoce, tolera y estimula (a cada muelle pirata del lado paraguayo hay un equivalente en el lado brasileño).
Es llamativo el silencio o la indiferencia del Gobierno paraguayo. Ciudad del Este, que aporta 500 millones de dólares anuales al fisco, queda solitariamente librada a su suerte ante un nuevo ataque en esto que ya tendría que llamarse Puente de la Enemistad, como si no existiera nuestra Cancillería, ni los foros del Mercosur. ¿Será un castigo político a gobiernos locales de signo partidario diferente, o tan solo otra muestra de la ineficacia o la indolencia del actual Gabinete?
El tránsito es rápido, el paisaje es lindo, y en el lado paraguayo hay un panorama caótico pero fluido: edificios en reparaciones, aduaneros que no hacen revisiones molestas (a no ser que usted traiga algún cargamento visible, en cuyo caso tal vez le pidan coima para agilizar el paso), y hasta una nueva Policía de Turismo que ayuda con sus orientaciones.
Si usted realiza el mismo cruce en sentido contrario, del Paraguay al Brasil, tendrá inconvenientes: largas y exasperantes colas, en las que permanecerá atrapado por varias horas hasta alcanzar la Aduana brasileña, donde funcionarios de la Receita Federal revisan lenta y minuciosamente las mercaderías adquiridas por los “sacoleiros”. De los seis carriles instalados para el paso de vehículos, normalmente funcionan dos, y a veces uno solo, como si deliberadamente quisieran que el cruce sea un verdadero calvario, y a todo brasileño se le quiten las ganas de venir a hacer compras en el Paraguay.
Ahora, esta situación se agravará mucho más. Desde el 1 de agosto, cada una de las aproximadamente 25.000 personas que cruzan diariamente el Puente de la Amistad, tendrá que registrar su ingreso a territorio brasileño, al igual que la salida. Con la infraestructura actual, significará colapsar totalmente el mayor flujo de cruce fronterizo del Cono Sur.
Brasil tiene todo el derecho a ejercer controles, pero es inevitable ver en esta medida otro intento de Itamaraty para asfixiar al comercio de Ciudad del Este, defendiendo intereses de otros grupos económicos, como los que abastecen el tráfico comercial desde la zona franca de Manaos.
No es cierto que sea una acción a favor de la legalidad, pues cuando más trabas se crean en el Puente, más surgen las peligrosas rutas alternativas, como los puertos clandestinos para el contrabando a orillas del río Paraná y el Lago de Itaipú, cuya existencia el Brasil abiertamente conoce, tolera y estimula (a cada muelle pirata del lado paraguayo hay un equivalente en el lado brasileño).
Es llamativo el silencio o la indiferencia del Gobierno paraguayo. Ciudad del Este, que aporta 500 millones de dólares anuales al fisco, queda solitariamente librada a su suerte ante un nuevo ataque en esto que ya tendría que llamarse Puente de la Enemistad, como si no existiera nuestra Cancillería, ni los foros del Mercosur. ¿Será un castigo político a gobiernos locales de signo partidario diferente, o tan solo otra muestra de la ineficacia o la indolencia del actual Gabinete?
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