Llora el viento de agosto entre las desoladas ruinas.
¡Shsst…! Silencio. ¿Pueden escucharlo…?
Viento rebelde que envuelve los negros muñones de hierro y cemento, que acaricia los restos de irreconocibles objetos retorcidos entre los escombros, rescatando cuatrocientas historias humanas trágicamente interrumpidas hace cinco años.
Viento indignado que se detiene reverente ante el altar de las víctimas, para no apagar las débiles llamitas de las velas encendidas que chisporrotean en el aire húmedo, junto a esos nombres inmortalizados en ajadas fotografías y desgarradas letras de memoria.
¿Pueden escuchar como grita el viento de agosto entre las ruinas del infierno…?
En sus alas malheridas devuelve los ecos de aquel 1 de agosto de 2004, antes de las 11.20 de la mañana, cuando la vida todavía era vida, y la alegría cotidiana estallaba bajo el radiante Sol del domingo en el viejo barrio de Trinidad. Aire poblado de risas infantiles, olor a tallarines caseros y parrillas en el patio. Y aquel supermercado repleto de gente disfrutando de un alegre día en familia.
Y de pronto la explosión sorda… y el mundo que se quiebra en pedazos. Y los gritos, y las corridas, y ¡Dios mío! ¿Qué pasa...? ¡Humo, hay humo! ¡Hay que salir, rápido! ¡Carlitos! ¿Dónde está Carlitos? ¡Mamá, mamá…! No puedo… respirar. ¿Qué pasa, por qué se amontonan todos? ¡Dejen salir! ¡Las puertas…! ¡Están cerradas las puertas! ¡No… nooo…! ¡Abran, por Dios…! ¡Pa… pá… me duele! ¡Abran las puertas, desgraciados…! ¡No… pue… do… res… pirar! ¡Pa… pá…!
Grita el viento de agosto entre las ruinas del infierno.
Cinco años.
Cinco años tratando de curar heridas que ya no pueden sanar. Cinco años tratando de recomponer pedazos de vida fragmentada, buscando la identidad en cada resto u objeto sobreviviente. Cinco años de lucha y encuentro solidario, portando la foto del ser querido como una marca de fuego en el corazón, levantando la memoria herida como bandera de dignidad, buscando razones para la esperanza.
Cinco años de recorrer pasillos de tribunales cual incómodos fantasmas que reclaman justicia para la tragedia criminal más grande de la historia paraguaya. Cinco años de mirarle la cara a la miseria humana convertida en sistema de corrupción e impunidad.
Seamos todos hoy el viento de agosto.
Abracemos a las víctimas y familiares del 1A en una gran cadena de solidaridad que no pueda romper ni el tiempo, ni la soledad, ni la infamia.
Sin justicia no hay paz. Otro Ycuá Bolaños, ¡Nunca más!
¡Shsst…! Silencio. ¿Pueden escucharlo…?
Viento rebelde que envuelve los negros muñones de hierro y cemento, que acaricia los restos de irreconocibles objetos retorcidos entre los escombros, rescatando cuatrocientas historias humanas trágicamente interrumpidas hace cinco años.
Viento indignado que se detiene reverente ante el altar de las víctimas, para no apagar las débiles llamitas de las velas encendidas que chisporrotean en el aire húmedo, junto a esos nombres inmortalizados en ajadas fotografías y desgarradas letras de memoria.
¿Pueden escuchar como grita el viento de agosto entre las ruinas del infierno…?
En sus alas malheridas devuelve los ecos de aquel 1 de agosto de 2004, antes de las 11.20 de la mañana, cuando la vida todavía era vida, y la alegría cotidiana estallaba bajo el radiante Sol del domingo en el viejo barrio de Trinidad. Aire poblado de risas infantiles, olor a tallarines caseros y parrillas en el patio. Y aquel supermercado repleto de gente disfrutando de un alegre día en familia.
Y de pronto la explosión sorda… y el mundo que se quiebra en pedazos. Y los gritos, y las corridas, y ¡Dios mío! ¿Qué pasa...? ¡Humo, hay humo! ¡Hay que salir, rápido! ¡Carlitos! ¿Dónde está Carlitos? ¡Mamá, mamá…! No puedo… respirar. ¿Qué pasa, por qué se amontonan todos? ¡Dejen salir! ¡Las puertas…! ¡Están cerradas las puertas! ¡No… nooo…! ¡Abran, por Dios…! ¡Pa… pá… me duele! ¡Abran las puertas, desgraciados…! ¡No… pue… do… res… pirar! ¡Pa… pá…!
Grita el viento de agosto entre las ruinas del infierno.
Cinco años.
Cinco años tratando de curar heridas que ya no pueden sanar. Cinco años tratando de recomponer pedazos de vida fragmentada, buscando la identidad en cada resto u objeto sobreviviente. Cinco años de lucha y encuentro solidario, portando la foto del ser querido como una marca de fuego en el corazón, levantando la memoria herida como bandera de dignidad, buscando razones para la esperanza.
Cinco años de recorrer pasillos de tribunales cual incómodos fantasmas que reclaman justicia para la tragedia criminal más grande de la historia paraguaya. Cinco años de mirarle la cara a la miseria humana convertida en sistema de corrupción e impunidad.
Seamos todos hoy el viento de agosto.
Abracemos a las víctimas y familiares del 1A en una gran cadena de solidaridad que no pueda romper ni el tiempo, ni la soledad, ni la infamia.
Sin justicia no hay paz. Otro Ycuá Bolaños, ¡Nunca más!
Sabes cómo se maneja la justicia, a base de pruebas. No se pudo comprobar la culpabilidad de los Paiva ni de nadie. A los miembros de la sala penal no se les tiene que presionar para dictar sentencia. Yo quiero que la causa Ycuá sea justa para todos, no solamente para las víctimas.La ley es clara, falta que la apliquen.Este caso está lleno de irregularidades, es una verdadera verguenza para mí ver que en este país se juegan con los derechos humanos.
ResponderEliminarAsí sea Andrés: ¡Seamos el viento de agosto! Abrazos, Nor
ResponderEliminarNo, Vero. Lamentablemente nuestra supuesta Justicia no se maneja a base de pruebas, sino de plata. Te puedo poner ejemplos, a montones. ¿No se pudo, o no se quiso, comprobar la culpabildad de los empresarios que construyeron una ratonera mortal, violando todas las Leyes en materia de seguridad, solo por ahorrar algunos millones de guaraníes? ¿Que más pruebas que los cerca de 400 muertos, más de 500 heridos, la evidente ausencia de sistemas de evacuación, las puertas cerradas, los planos aprobados irregularmente?
ResponderEliminarLa Ley será clara, pero el sistema judicial sigue siendo corrupto, viciado, vulnerable. Una cosa es la Ley y otra la Justicia, lamentablemente. Si a mi me hubiesen matado a algún familiar en el Ycuá Bolaños, y me encuentro con toda esta farsa, no sé lo que haría.
Me uno a esa cadena solidaria, pero tambien me uno a la indignación colectiva de la injusticia, de la impunidad.
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