“En el país del no me acuerdo
doy tres pasitos y me pierdo
un pasito para allí
no recuerdo si lo di
un pasito para allá
!ay, que miedo que me da!
En el país del no me acuerdo
doy tres pasitos y me pierdo
un pasito para allí
no recuerdo si lo di
un pasito para allá
!ay, que miedo que me da!
En el país del no me acuerdo
doy tres pasitos y me pierdo
un pasito para atrás
y no doy ninguno más
porque yo ya me olvidé
donde puse el otro pie.”
(Una canción infantil de María Helena Walsh, escritora, poeta y cantautora argentina)
El 22 y el 23 de abril de 1996: ¿Será que existieron realmente esos dos días en el calendario? ¿O acaso fueron tragados por alguno de esos agujeros negros en el tiempo, como los que imagina con genial delirio el gran maestro de la ciencia ficción Philip K. Dick?
Recuerdo bien aquella tarde, hace más de once años, cuando un colega de la sección política me contó el rumor que incendiaba el país: El entonces comandante del Ejército, general Lino Oviedo, se había peleado con el presidente Juan Carlos Wasmosy y amenazaba con dar un golpe de Estado.
Recuerdo bien esa larga jornada de adrenalina pura en la Redacción de ÚH. Carreras de periodistas y fotógrafos. Teléfonos que no paraban de sonar. El comunicado del embajador norteamericano que confirma la noticia. Las interminables guardias de prensa frente al destacamento de la Caballería. La renuncia de Wasmosy al cargo de presidente de la República firmada en un trozo de papel blanco. La presión de los países del Mercosur y la visita del secretario general de la OEA, César Gaviria. La gente en las calles, los primeros jóvenes carapintadas que iniciaban una larga vigilia democrática en las plazas del Congreso, la salvaje represión de la policía. ¿Ahora resulta que todo fue mentira, que nada de eso fue verdad? Aquella foto del diputado Marcelo Duarte con la sangre que le manaba de la cabeza por el bastonazo de un casco azul, ¿era solo salsa de tomate? ¿Todo no pasó de un grave fenómeno de alucinación colectiva, como uno de esos sueños nebulosos y recurrentes de Denzel Washington en la película Deja Vu?
En la estupenda novela Cien años de Soledad, el escritor colombiano Gabriel García Márquez cuenta cómo una misteriosa enfermedad llamada “la peste del olvido” se abate sobre los pobladores de Macondo y nadie consigue recordar lo que pasa. ¿Será que el Paraguay es Macondo y escribe su historia sobre la arena? ¿Se han contagiado con la peste del olvido los ministros de la Corte Suprema de Justicia que esta semana borraron con el codo lo que habían escrito antes con la mano, al sentenciar que la realidad nunca existió, y que el general Lino Oviedo nunca intentó alzarse contra el Estado de Derecho, y que por lo tanto está libre de toda condena judicial, libre para ser candidato a presidente de la República, como quiere el Tendotá?
¿Se han contagiado también con la peste del olvido el presidente, los ministros, la mayoría de los diputados y senadores, algunos colegas periodistas y analistas que escribieron sobre el intento de golpe de abril de 1996, pero que hoy meten las manos en los bolsillos y silban bajito mirando al cielo, mientras los intereses políticos pasan como con una topadora por sobre la institucionalidad, la credibilidad y la independencia de la Justicia en el Paraguay?
El problema no es Lino Oviedo. Si no fuera porque no puede explicar coherentemente el origen de su cuantiosa fortuna, o porque no se han podido despejar las sospechas sobre su participación en el asesinato del vicepresidente Argaña y de los jóvenes del Marzo Paraguayo, Oviedo sería un fascinante fenómeno político, un interesante personaje para una novela de realismo mágico latinoamericano. Y sí, hay que reconocer que así como pudo ser victimario de libertades públicas y derechos civiles, también fue víctima y prisionero de una mafia político-económica, y hoy está de vuelta, renacido, casi imparable, otra vez convertido en protagonista estrella de la escena política, potencial candidato a presidente del Paraguay.
El problema es lo que se juega detrás de todo esto: la perversión del sistema democrático, la consagración de la impunidad y de la Justicia instrumentada por el poder político, la corrupción fortalecida, la oposición complaciente o vendida, las esperanzas ciudadanas de un cambio democrático cada vez más lejanas aunque todavía latentes.
Y frente a eso, la grata comprobación de que todavía hay mucha gente que se resiste a sucumbir a la peste del olvido y a convivir en el país del no me acuerdo.
(Una canción infantil de María Helena Walsh, escritora, poeta y cantautora argentina)
El 22 y el 23 de abril de 1996: ¿Será que existieron realmente esos dos días en el calendario? ¿O acaso fueron tragados por alguno de esos agujeros negros en el tiempo, como los que imagina con genial delirio el gran maestro de la ciencia ficción Philip K. Dick?
Recuerdo bien aquella tarde, hace más de once años, cuando un colega de la sección política me contó el rumor que incendiaba el país: El entonces comandante del Ejército, general Lino Oviedo, se había peleado con el presidente Juan Carlos Wasmosy y amenazaba con dar un golpe de Estado.
Recuerdo bien esa larga jornada de adrenalina pura en la Redacción de ÚH. Carreras de periodistas y fotógrafos. Teléfonos que no paraban de sonar. El comunicado del embajador norteamericano que confirma la noticia. Las interminables guardias de prensa frente al destacamento de la Caballería. La renuncia de Wasmosy al cargo de presidente de la República firmada en un trozo de papel blanco. La presión de los países del Mercosur y la visita del secretario general de la OEA, César Gaviria. La gente en las calles, los primeros jóvenes carapintadas que iniciaban una larga vigilia democrática en las plazas del Congreso, la salvaje represión de la policía. ¿Ahora resulta que todo fue mentira, que nada de eso fue verdad? Aquella foto del diputado Marcelo Duarte con la sangre que le manaba de la cabeza por el bastonazo de un casco azul, ¿era solo salsa de tomate? ¿Todo no pasó de un grave fenómeno de alucinación colectiva, como uno de esos sueños nebulosos y recurrentes de Denzel Washington en la película Deja Vu?
En la estupenda novela Cien años de Soledad, el escritor colombiano Gabriel García Márquez cuenta cómo una misteriosa enfermedad llamada “la peste del olvido” se abate sobre los pobladores de Macondo y nadie consigue recordar lo que pasa. ¿Será que el Paraguay es Macondo y escribe su historia sobre la arena? ¿Se han contagiado con la peste del olvido los ministros de la Corte Suprema de Justicia que esta semana borraron con el codo lo que habían escrito antes con la mano, al sentenciar que la realidad nunca existió, y que el general Lino Oviedo nunca intentó alzarse contra el Estado de Derecho, y que por lo tanto está libre de toda condena judicial, libre para ser candidato a presidente de la República, como quiere el Tendotá?
¿Se han contagiado también con la peste del olvido el presidente, los ministros, la mayoría de los diputados y senadores, algunos colegas periodistas y analistas que escribieron sobre el intento de golpe de abril de 1996, pero que hoy meten las manos en los bolsillos y silban bajito mirando al cielo, mientras los intereses políticos pasan como con una topadora por sobre la institucionalidad, la credibilidad y la independencia de la Justicia en el Paraguay?
El problema no es Lino Oviedo. Si no fuera porque no puede explicar coherentemente el origen de su cuantiosa fortuna, o porque no se han podido despejar las sospechas sobre su participación en el asesinato del vicepresidente Argaña y de los jóvenes del Marzo Paraguayo, Oviedo sería un fascinante fenómeno político, un interesante personaje para una novela de realismo mágico latinoamericano. Y sí, hay que reconocer que así como pudo ser victimario de libertades públicas y derechos civiles, también fue víctima y prisionero de una mafia político-económica, y hoy está de vuelta, renacido, casi imparable, otra vez convertido en protagonista estrella de la escena política, potencial candidato a presidente del Paraguay.
El problema es lo que se juega detrás de todo esto: la perversión del sistema democrático, la consagración de la impunidad y de la Justicia instrumentada por el poder político, la corrupción fortalecida, la oposición complaciente o vendida, las esperanzas ciudadanas de un cambio democrático cada vez más lejanas aunque todavía latentes.
Y frente a eso, la grata comprobación de que todavía hay mucha gente que se resiste a sucumbir a la peste del olvido y a convivir en el país del no me acuerdo.
Hola Andrés, enhorabuena por tu blog. La "peste del olvido" de la que hablas yo creo que también tiene algo de herencia española, por acá se siguen reviviendo los momentos más traumáticos del pasado como si no se hubiera aprendido nada durante años.
ResponderEliminarUn saludo desde España
Francisco J. Navarro
sinceramente, paraguay es macondo... no hay otra forma de llamar a esta bendita patria... hay una música de Huguito Ferreira, que dice "Mira nomás, eres el mismo de antes y pretendes pregonar la verdad, que tu mentalidad ha cambiado y tienes limpias las manos, sabes que nadie olvida, que eres tú el de la sangre en mis hermanos"...
ResponderEliminaresto describe lo que es este paso al olvido, no se cómo podemos olvidar a esos mártires en las plazas luchando, la sangre, la victoria popular en las calles...
te invito andrés, cuando tengas tiempo, a fijarte en un blog que tengo: www.elcentinelaparaguayo.blogspot.com
intentando de alguna forma aportar a la lucha social paraguaya... fuerza viejo!! y seguí escribiendo, que acá tenés a un fiel admirador tuyo..