lunes, 1 de octubre de 2007

Ponete en bolas Nicole o las faltas éticas de la prensa


Hace dos semanas, una noticia se instaló con fuerza en importantes medios periodísticos de la Argentina, incluyendo a Clarín y La Nación, y llegó como si se tratara de una información seria —aunque pintoresca— hasta las páginas de prestigiosos diarios internacionales, como La Vanguardia de Barcelona y El País de Madrid.
Relataba que un singular comando terrorista había secuestrado a uno de los más queridos perros de la conocida modelo Nicole Neumann, y exigía como rescate que ella haga realidad la promesa de desnudarse totalmente en el centro de Buenos Aires, que había formulado el 29 de agosto en repudio al uso de pieles de animales, pero que no llegó a cumplir al ver que una verdadera multitud la esperaba en el lugar. "Te sacás la ropa, te devolvemos al perro y todos contentos. Ahora... si no querés acceder, te lo hacemos abrigo para el frío", le advertían con tono macabro.
La amenaza se propagó desde Internet (se puede ver en: http://hacetecargonicole.blogspot.com/). Los miembros del denominado MPBN (Movimiento Ponete en Bolas Nicole) aparecían como en los videos de Al Qaeda o el IRA, enmascarados bajo una bandera con las siglas de la organización, aunque sus máscaras eran las del osito Winnie Pooh y del asesino serial de la película Scream. Lo que le daba cierta credibilidad es que los secuestradores mostraban a un perro collie cautivo, muy parecido al que Nicole había exhibido en fotografías.
La noticia rebotó durante días en radios, programas de tevé y páginas de periódicos. En su última edición, el dominical Perfil reveló la verdad: los presuntos terroristas no eran otros que seis audaces creativos de una agencia publicitaria, que decidieron realizar un experimento para ver hasta dónde los medios cumplen su responsabilidad ética de chequear si una información es verdadera o no, antes de publicarla. El resultado es simpático, pero preocupante: Casi todos divulgaron la noticia sin preocuparse en confirmar cuanto de cierto había detrás.
Me recuerda el ejemplo local que tanto le gusta citar en sus discursos al hiperactivo y verborrágico Tendotá: la historia de la mujer que en febrero pasado denunció en Concepción que una enorme boa kuriju devoró a su marido, y que todos los medios publicaron con gran destaque, hasta que al día siguiente se descubrió que más que una gran boa era una gran bola.
No será Nicole desnuda, pero la fabuladora concepcionera también ayuda a desnudar la vulnerabilidad de nuestro trabajo cotidiano, y lleva a preguntarnos si, en la vertiginosa carrera por dar primero la más espectacular noticia, en qué medida somos fieles a los principios éticos y profesionales.
Hasta ahora el periodismo paraguayo no cuenta con un código de ética institucionalizado. En 1994, el Sindicato de Periodistas del Paraguay (SPP), bajo la dirección de la colega Susana Oviedo, puso en marcha una serie de talleres, que contó con la asesoría del colombiano Javier Darío Restrepo, gran gurú internacional de la ética periodística, y logró la elaboración de un código de 20 artículos, que fue aprobado a medias en una reñida asamblea. Pero los directivos del SPP que vinieron después ya no le dieron importancia y el código se quedó allí, en el limbo, como tantas cosas en este país.
En estos días, junto a un nuevo manual de estilo, la redacción de Última Hora está analizando el borrador de lo que probablemente será el primer código institucional de normas éticas de un diario nacional. También el novel Foro de Periodistas Paraguayos (FOPEP) ha abierto el debate para un nuevo código de ética que sea elaborado por todos los trabajadores de comunicación en el país.
El instrumento es necesario, no como un elemento de castigo o sanción moral, sino como referencia de lo que hay que hacer, y lo que no. Las malas prácticas profesionales pueden causar un grave daño a la calidad de la tarea informativa y, en consecuencia, a la democracia. Se requiere de un periodismo menos fatalista y más positivo, que evite el sensacionalismo y el escándalo, que respete el derecho a la intimidad y el derecho a réplica, que no manipule ni contamine los hechos, que sea riguroso en la investigación y el análisis, que ofrezca la información que la sociedad necesita para ser más libre.

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