viernes, 28 de marzo de 2008

Agua que no has de beber... reclámala a los candidatos


A eso de las diez y media de la mañana, las canillas del baño y la cocina de la Redacción Regional de Ultima Hora, en el barrio Catedral de Ciudad del Este, empiezan a emitir un agudo y estridente silbido que se parece al de una vieja locomotora, de la época en que este país todavía tenía un ferrocarril.
A continuación el sonido es reemplazado por unas sacudidas espasmódicas de toda la cañería, como si tuviera un súbito ataque de epilepsia, seguido de un lúgubre gorgoteo tipo garganta de ultratumba, de esas que se oyen en las películas de terror clase B.
¿Poras, pomberos, poltergeist…? ¿Algún alma en pena en busca de un reportaje periodístico…?
No, nada de eso. Es solo la señal inequívoca de que el sistema de distribución de la Empresa de Servicios Sanitarios del Paraguay (ESSAP) está entrando en su cotidiana parálisis. Desde ese momento, por más que uno prenda velas y rece a todos los santos, o se ponga a bailar la danza de la lluvia, no conseguirá que salga una sola gota de agua, quién sabe hasta qué hora.
De nada sirve que uno llame por teléfono a la sección reclamos de la compañía aguatera. El número da casi siempre ocupado. Y si por casualidad consigue que le de libre, el timbre suena una y otra vez, sin que nadie se moleste en levantar el auricular del otro lado de la línea.
Ante reclamos periodísticos, los directivos de ESSAP siempre dan la misma archisabida explicación que vienen repitiendo como disco rayado desde hace años: “El Lago de la República está con poco agua… ¿qué culpa tenemos si hace rato que no llueve?”.
Mientras, en el asentamiento 23 de octubre se asiste a la dramática escena de mujeres y niños deambulando con sus baldes para mendigar un poco de agua a los vecinos. En el barrio San Agustín hay 200 familias que llevan un mes con sus pozos secos, y salen todos los días a mirar a la calle, esperando que el camión cisterna municipal les traiga algo del líquido vital, que apenas alcanzará para beber y cocinar. El aseo personal es todo un lujo. Lo mismo pasa en 16 barrios a los que la municipalidad provee de agua diariamente.
Así, los pobladores de Ciudad del Este y varias localidades del Alto Paraná (solo el 2% de los 700 mil habitantes tienen servicio de Essap) podemos experimentar en carne propia una moderna versión del suplicio de Tántalo, aquel personaje de la mitología griega aprisionado junto a un manantial de agua fresca de la que no podía beber una sola gota, condenado eternamente a padecer de sed.
Al igual que Tántalo, los esteños vivimos a orillas del Paraná, uno de los más caudalosos del mundo, muy cerca de otros importantes ríos como el Monday, el Yguazú, el Acaray, e incluso tenemos a mano el llamado lago de Itaipú, de 1.400 kilómetros cuadrados y 29 millones de metros cúbicos de agua… y sin embargo seguimos tomando de un charco estancado, que además de secarse a cada rato, recibe los residuos contaminantes de las cloacas de la ciudad.
¿Cuesta tanto dinero tirar un caño y alzar agua del Paraná? Si, claro: entre 300 a 500 mil dólares, según uno de los más recientes estudios técnicos. Pero… ¿qué es esa cifra frente a los millones que Itaipú gasta en la campaña electoral oficialista, disfrazada de asistencia social?
Hace poco más de dos años, cuando el entonces intendente Javier Zacarías Irún, y el entonces director de Itaipú, Víctor Bernal, aún eran socios y compadres políticos, presentaron juntos un plan de extracción de aguas del río Paraná, que se anunció como la gran solución. Pero Bernal y Zacarías se pelearon en vísperas de las elecciones internas del coloradismo y el proyecto se fue al tacho. Bernal acusó que Zacarías pretendía realizar “un gran negociado” con el tema del agua, y el ex intendente dijo que la escasez era culpa del Gobierno de Nicanor.
Ahora, en vísperas de elecciones, cuando la falta de agua nuevamente hace sufrir a muchos esteños, los actuales directivos de Essap e Itaipú anuncian un nuevo proyecto para extraer agua del río Paraná. Naturalmente, para que puedan llevarlo a la práctica, uno tiene que votar por el nicanorismo. ¿Será verdad tanta mentira?

domingo, 23 de marzo de 2008

Guerrilla en el Norte


Germán Aguayo tenía 28 años, era moreno, de rasgos campesinos, complexión atlética, y se hacía pasar como agricultor en la chacra de Santiago Aguirre, en un bucólico paraje del asentamiento Sanguina Cué, San Pedro.
A un vecino le llamó la atención el intenso movimiento en la casa. Personas extrañas que entraban y salían, hombres y mujeres que trotaban y hacían ejercicios. Transmitió sus sospechas a la comisaría.
El miércoles 16 de julio de 2003, policías de Santa Rosa del Aguaray acompañaron a los fiscales sampedranos Antonio Bernal Casco y Arnaldo Giuzzio a verificar el lugar. Fueron recibidos a balazos. Los policías respondieron al fuego. Uno de los moradores cayó muerto, los demás huyeron y una mujer prefirió entregarse, porque se hallaba con sus dos pequeños hijos. En la casa se halló un impresionante arsenal de armas, explosivos y equipos de comunicaciones.
Para sorpresa de los fiscales, la mujer no era otra que Carmen Villalba, buscada por la Justicia bajo la acusación de participar en el secuestro de María Edith de Debernardi. El nombre del campesino acribillado, Germán Aguayo, fue consignado en las crónicas periodísticas y luego se perdió en la hojarasca del olvido.
Casi cinco años después, el nombre reapareció en panfletos hallados en la estancia del sojero brasileño Naborth Boht, en Curusú de Hierro, Horqueta, luego de que desconocidos atracaron el establecimiento, el miércoles 12 de marzo, para incendiar un camión, dos tractores, una cosechadora, un depósito y herramientas. Las pinturas en las paredes y los panfletos decían: “Comando Germán Aguayo del Ejercito del Pueblo Paraguayo (EPP). Tierra a los campesinos paraguayos. Quienes matan al pueblo con agrotóxicos pagarán de esta manera”.
Hubo sonrisas escépticas en corrillos políticos y debates de café: ¿Guerrilleros en el Paraguay, en pleno Siglo Veintiuno? Suena a novela de ficción, a realismo mágico, a teleserie tercermundista. Será otro invento del Gobierno para distraer la atención ante los problemas sociales. Será una maniobra para empañar las elecciones.
La emergencia del grupo ya había sido anunciada el 18 de abril de 2006, durante el ataque e incendio de la comisaría de Hugua Ñandu, Concepción, cuando el “comandante Alexander” (identificado como Osvaldo Villalba, hermano menor de Carmen) le gritó al suboficial de policía Leonardo Cabrera: “¡Decile a tu Nicanor que apenas estamos empezando!”.
La génesis de esta surrealista historia se remonta a 1982, cuando cuatro jóvenes abandonan el Seminario para crear el Movimiento Monseñor Romero y reclutar compañeros. En diciembre de 1987, seis caen presos, descubiertos al cavar un túnel para robar el Banco Nacional de Fomento, en Choré, San Pedro, y son condenados a dos años de cárcel.
En 2002 se los vincula con el secuestro de María Edith de Debernardi. En 2005 con el secuestro y asesinato de Cecilia Cubas. Y mientras algunos son procesados y condenados por estos crímenes, surgen evidencias sobre una columna de hombres armados con uniforme militar que se desplaza a través de los campos y montes de Caaguazú, San Pedro y Concepción.
Descubiertos en febrero de 2006 en la remota localidad de Puentesiño, acribillan al suboficial Oscar Noceda y otra vez desaparecen. El intenso rastrillaje policial y militar no logra hallarlos, hasta que el reciente episodio en Horqueta ya los identifica con nombre y logotipo.
Por primera vez la procesada Carmen Villalba oficia de vocera desde la prisión y reconoce que se trata de “una organización revolucionaria político militar”, de principios comunistas, marxista-leninistas, con un toque de nacionalismo inspirado en Francia y el Mariscal López.
El Ministerio del Interior insiste en que son solo delincuentes comunes. La Fiscalía los considera secuestradores. Pero son mucho más que eso. El presidente Nicanor trata de asociarlos al candidato opositor Fernando Lugo. Y desde el entorno de Lugo se acusa que Villalba y su grupo son instrumentados por el oficialismo colorado.
Las referencias indican que se trata de una columna de 10 o 20 hombres y mujeres, pero cuentan con cierto apoyo de sustentación en miembros de organizaciones campesinas y sociales.
El Paraguay no deja de sorprender. Como si no fuera suficiente tener como principales candidatos en estas elecciones a un ex obispo metido a político, a un general mesiánico y a una maestra disfrazada de caudilla, ahora surge la incógnita sobre un grupo armado que desde las soledades del Norte insiste en presentarse como guerrillero.

viernes, 7 de marzo de 2008

Historias de dos mujeres


Marzo de 1869. El Paraguay se desangra en los estertores de la cruel Guerra de la Triple Alianza. Una procesión de casi dos mil espectros andrajosos, mayoritariamente mujeres, junto a ancianos y niños, ingresa a paso tambaleante por la única calle polvorienta de Yhú, entonces una aldea de poco más de veinte casas entre los montes del Ka’aguazu.
Tras puertas apenas entreabiertas, los pobladores observan esa irrupción indeseable. Todos han recibido la orden de no acercarse a las recién llegadas, las tristemente célebres “destinadas”, acusadas de traición a la patria, presuntamente por conspirar con el enemigo para derrocar al mariscal Francisco Solano López, o simplemente por ser esposas o familiares de los ajusticiados en los tribunales de sangre de San Fernando.
Hija de una distinguida familia yhuense, María Ana Paredes Villagra no puede contenerse al ver esos rostros afligidos que desfilan con un mudo grito de súplica en las miradas. Una anciana tropieza y cae al suelo. María Ana levanta el pesado cántaro con agua y sale al encuentro de las desterradas. Se arrodilla junto a la matrona caída y le acerca un cuenco a la boca, mientras le moja la frente con la punta de su chal humedecido.
Un soldado casi tan flaco como sus prisioneras corre hacia ella con su pesado fusil en ristre, pero María Ana se levanta, altiva, desafiante. El soldado retrocede. La anciana matrona se incorpora y se apoya en ella, con una suave sonrisa.
Durante los seis meses en que las “destinadas” son mantenidas en Yhú, María Ana enfrenta el miedo y los prejuicios de sus compueblanos para tender un puente de solidaridad y auxilio humanitario. Soporta con altivez las amenazas, proveyendo alimentos, medicina y consuelo a las parias de la guerra, con la creciente adhesión de otros yhuenses.
El 18 de setiembre de 1869 llega la orden de que las “destinadas” sean evacuadas a Espadín. La legión de espectros harapientos se pone en marcha hacia la última estación del calvario. Madame Dorotea Duprad de Lasserre recuerda a María Ana, altiva y solidaria, despidiéndolas al frente de los pobladores de Yhú como un ángel difuminado tras una nube de polvareda.
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Marzo de 1980. Lidia Barreto de Portillo, Ña Atala, se remanga el vestido y se dispone a arrinconar los muebles de su casa, en Asunción, para dar origen al Hogar Albino Luís.
Nacida en Yhú, en el mismo olvidado pueblo que un siglo atrás conoció el anónimo heroísmo de su compueblana María Ana, esta humilde mujer campesina llegó a la capital para estudiar enfermería y obstetricia con el fruto del sacrificio familiar.
En Asunción, Lidia Barreto se casa y en setiembre de 1961 da a luz a Albino Luis, quien nace con retardo mental y dificultades físicas. Sufre en carne propia el rechazo y la discriminación, la falta de lugares en donde brindar atención a los chicos con necesidades especiales. Entonces, ella decide transformar su hogar en El Hogar.
En una cruzada al principio solitaria, pero que de a poco va ganando a otros voluntariosos quijotes, Ña Atala emprende el rescate de los abandonados por ser diferentes. A un niño lo encuentra atado con cadenas a un árbol. Los libera y los trae a su casa, para brindarles techo, comida, educación, cuidados médicos especializados, rehabilitación y, por sobre todo, amor.
Golpea mil puertas, organiza mil ferias y actividades para conseguir fondos y ayudas. Encuentra tiempo para fundar el Centro Yhuense de Residentes en Asunción, para ayudar a su nunca olvidada patria chica.
Crea dos hogares más, y junto a su querido Albino Luis llega a tener muchos otros hijos, quizás no de su sangre, pero si de su alma. Con el cuerpo cansado, aunque con el espíritu imbatible, Ña Atala termina de entregar su vida y fallece a los 86 años de edad. Su legado sobrevive como una luz en medio de la oscuridad.
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(En mi querido pueblo natal, Yhú, muy pocos conocen las historias de estas dos admirables mujeres. Hay calles que llevan nombres de lejanos héroes, pero ninguna evoca a estas dos dignas hijas de la comunidad. En el Día Internacional de la Mujer escribo sus vidas como un pequeño homenaje a la memoria).