lunes, 21 de marzo de 2011

El herido corazón de una madre

Hace doce años, la noche del 26 de marzo de 1999, su corazón de madre recibió la herida más terrible, cuando le dieron la ingrata noticia de que su amado hijo Henry Daniel había sido alcanzado por dos balazos en la cabeza, convirtiéndose para siempre en uno de los ocho mártires de la gesta ciudadana del Marzo paraguayo.
Hace doce años, ella se convirtió en una Madre coraje parida por el heroísmo de su hijo, símbolo de lucha y resistencia cívica, conciencia y memoria colectiva de una sociedad amnésica, que no se ha cansado nunca de reclamar justicia para quienes dieron su vida por un ideal que ellos llamaban Patria.
Pero ni el corazón más bravío puede resistir a tanta infamia. Doce años después, el corrupto e ineficaz sistema que algunos llaman erróneamente Justicia, no ha podido atender a los reclamos de las víctimas, los familiares y gran parte de la sociedad paraguaya.
Doce años después, la presunta Justicia ya dictaminó que los asesinos no son los asesinos, y ya aceptó como plenamente válidas las surrealistas teorías de que las balas dieron la vuelta en la esquina y cayeron desde otra dirección, o que los Mártires de la Plaza se dispararon a sí mismos, así como también dictaminó que nunca hubo intentos de derrocar al estado de derecho en abril de 1996, ni en mayo de 2000. Los tanques de guerra nunca salieron a las calles, nunca hubo cañonazos contra la pared del Congreso, la realidad nunca existió y todos hemos sido víctimas de una alucinación colectiva
En vísperas del 12º aniversario del Marzo paraguayo, el corazón de doña Gladys Bernal tuvo su primera caída. Hace poco perdió a su marido, don Henry. "Lo que más siento es que haya muerto sin ver que se haya hecho justicia a nuestro hijo", reclama. Ella no lo pudo soportar, y debió ser internada de urgencia, víctima de un ataque cardiaco. Ahora aguarda convaleciente una próxima operación quirúrgica y el reemplazo de una válvula a su herido y luchador corazón.
Habrá que hacerle llegar un abrazo grande como el mundo. Habrá que pedirle que no se rinda, porque -aunque no queramos reconocerlo- necesitamos mujeres como ella, que sean nuestra memoria viva y mantengan encendidas las llamas de la utopía, para que no le roben la esencia al rebelde viento de Marzo. En algún lugar está esperando el Paraguay más libre, justo y solidario que los chicos de la plaza fueron capaces de imaginar, al punto de dar su vida por el sueño de hacerlo posible.

lunes, 14 de marzo de 2011

Los indígenas sojeros


Después de haber leído tantos libros e investigaciones que aseguran que el cultivo de la soja produce riqueza solo para unos pocos empresarios rurales, en su mayoría extranjeros, mientras condena a una gran masa de campesinos e indígenas a sobrevivir en la miseria, cuesta entender una experiencia como la de los Aché de Puerto Barra Tapyi, Alto Paraná, que han encontrado justamente en la producción agrícola mecanizada de la oleaginosa el medio para construir su prosperidad y salir del atraso, sin renunciar a la esencia de su cultura y su identidad como pueblo originario.
Este miércoles 9 de marzo nos tocó participar del ritual de celebración de la cosecha en los campos de la comunidad, a 130 kilómetros al Sur de Ciudad del Este, y fue llamativo verlos con los rostros cubiertos por sus tradicionales pinturas de fiesta, cantando un himno primordial en lengua Aché, mientras tres potentes y modernas máquinas cosechadoras recolectaban hasta 4.200 kilos por hectárea de las 100 cultivadas de soja, en un rendimiento que les permitirá obtener cerca de 300 mil dólares para las 38 familias asentadas.
Han tenido que pasar más de 35 años desde que sus antepasados eran perseguidos y cazados como animales en los montes del Alto Paraná, cuando los patrones de obrajes ofrecían sumas de dinero por cada cabeza de “indio guayakí” muerto. El anciano José Kuategi, guardián de la memoria de su pueblo, todavía tiembla cuando recuerda los horrores de los últimos 28 indígenas Aché que salieron del monte, desnudos y atados con sogas, temidos como enemigos peligrosos.
Pero la solidaridad de una familia misionera les ayudó a encontrar un refugio a orillas del río Ñacunday, donde hoy mantienen una comunidad modelo en unas 850 hectáreas de tierra recuperada y asegurada, en donde guardan reservas de bosques para enseñarles a sus hijos como era vivir en el monte, pero a la vez aprenden a manejar la computadora conectada a internet, y a desarrollar 240 hectáreas de agricultura de renta, combinada con rubros de consumo, manejando sus propios tractores y sembradoras mecánicas.
Hay varios interesantes aspectos a ser estudiados en esta rica experiencia que rompe esquemas y teorías. Indígenas que no tienen niños mendigando en las calles, y mantienen con orgullo la esencia de su cultura originaria. ¿Acaso haberse convertido en sojeros incorpora a los Aché al sistema capitalista, cuando el dinero que obtienen con su laboriosidad productiva es re-distribuido comunitariamente, y una gran parte se destina a mejorar los servicios sociales: salud, educación, comedor colectivo...?