Al anochecer del miércoles 16 de setiembre, agentes del Departamento de Narcóticos de la Policía Nacional, en Ciudad del Este, habrían detenido a dos traficantes brasileños que estaban a bordo de un automóvil Renault verde, de cuyo interior decomisaron 22 kilos de cocaína y 1 kilo de crack.
Se podría considerar que fue un exitoso operativo antidroga, salvo que nunca fue reportado oficialmente. Según una denuncia a medios periodísticos locales, los traficantes fueron liberados tras pagar 30 mil dólares y la droga decomisada desapareció misteriosamente.
El irregular procedimiento provocó un escándalo interno en la Policía, causó la caída del jefe de Narcóticos, comisario José Dolores Amarilla, y el desmantelamiento de toda la oficina regional en Alto Paraná.
Amarilla comunicó públicamente su renuncia al cargo y acusó al subcomandante de la Policía Nacional, comisario César Carrillo, de haberle ordenado devolver a sus dueños la droga presuntamente incautada por sus agentes, “antes de que explote por la prensa”. Carrillo sostiene en cambio que Amarilla no renunció, sino que fue destituido por el ilegal operativo de sus subordinados.
No es el primer caso oscuro que envuelve a Narcóticos en Alto Paraná. En marzo de 2009, en ÚH publicamos otro procedimiento en que agentes detuvieron a un traficante y decomisaron de su poder un cargamento de drogas y dos ametralladoras antiaéreas robadas del Ejército, pero el caso tampoco fue reportado, las drogas y las armas desaparecieron, y una de ellas apareció vendida en Brasil.
Estos episodios, que parecen copiados del filme Traffic, de Steven Soderbergh, revelan que la corrupción caló hondo y sacan a luz la inexplicable superposición de funciones entre la Secretaría Nacional Antidrogas (Senad), dependiente de la Presidencia de la República, y el Departamento de Narcóticos de la Policía Nacional. Son dos organismos creados para la misma tarea, que no solamente no consiguen trabajar en forma conjunta, sino que sus integrantes se boicotean en forma permanente y se acusan unos a otros de ser cómplices de los narcos.
La mafia del narcotráfico es la que más dinero maneja y tiene un gran poder para corromper a policías, fiscales, jueces, políticos o periodistas. Los agentes, por su estilo de trabajo encubierto, son difíciles de controlar institucionalmente, lo que los vuelve altamente vulnerables a ser cooptados por los traficantes. El actual Gobierno, si de veras quiere cambiar la situación, debe asumir el gran desafío de depurar a los organismos de lucha antidrogas, poniendo fin a la absurda superposición de funciones entre la Senad y Narcóticos.
Se podría considerar que fue un exitoso operativo antidroga, salvo que nunca fue reportado oficialmente. Según una denuncia a medios periodísticos locales, los traficantes fueron liberados tras pagar 30 mil dólares y la droga decomisada desapareció misteriosamente.
El irregular procedimiento provocó un escándalo interno en la Policía, causó la caída del jefe de Narcóticos, comisario José Dolores Amarilla, y el desmantelamiento de toda la oficina regional en Alto Paraná.
Amarilla comunicó públicamente su renuncia al cargo y acusó al subcomandante de la Policía Nacional, comisario César Carrillo, de haberle ordenado devolver a sus dueños la droga presuntamente incautada por sus agentes, “antes de que explote por la prensa”. Carrillo sostiene en cambio que Amarilla no renunció, sino que fue destituido por el ilegal operativo de sus subordinados.
No es el primer caso oscuro que envuelve a Narcóticos en Alto Paraná. En marzo de 2009, en ÚH publicamos otro procedimiento en que agentes detuvieron a un traficante y decomisaron de su poder un cargamento de drogas y dos ametralladoras antiaéreas robadas del Ejército, pero el caso tampoco fue reportado, las drogas y las armas desaparecieron, y una de ellas apareció vendida en Brasil.
Estos episodios, que parecen copiados del filme Traffic, de Steven Soderbergh, revelan que la corrupción caló hondo y sacan a luz la inexplicable superposición de funciones entre la Secretaría Nacional Antidrogas (Senad), dependiente de la Presidencia de la República, y el Departamento de Narcóticos de la Policía Nacional. Son dos organismos creados para la misma tarea, que no solamente no consiguen trabajar en forma conjunta, sino que sus integrantes se boicotean en forma permanente y se acusan unos a otros de ser cómplices de los narcos.
La mafia del narcotráfico es la que más dinero maneja y tiene un gran poder para corromper a policías, fiscales, jueces, políticos o periodistas. Los agentes, por su estilo de trabajo encubierto, son difíciles de controlar institucionalmente, lo que los vuelve altamente vulnerables a ser cooptados por los traficantes. El actual Gobierno, si de veras quiere cambiar la situación, debe asumir el gran desafío de depurar a los organismos de lucha antidrogas, poniendo fin a la absurda superposición de funciones entre la Senad y Narcóticos.