miércoles, 15 de agosto de 2007

Una kuriju devoró la credibilidad periodística

La noticia era demasiado espectacular como para molestarse en confirmar si era verdadera.
El miércoles 14 de febrero de 2007, Día de los Enamorados, una humilde mujer llamada María Estela Lima llegó con sus tres hijos y una vecina hasta los estudios de Radio Aquidabán, en la ciudad de Concepción, para contar una historia conmovedora: estaba desamparada y necesitaba ayuda, porque su esposo Juan Carlos Gutiérrez había fallecido, devorado por una enorme serpiente kuriju (boa constrictora) una semana atrás, en la estancia Karajá Vuelta, zona de Puerto Colón, Departamento de Presidente Hayes.
El testimonio de la mujer fue al aire con lujos de detalles: La familia estaba huyendo de la crecida del río Paraguay, cuando la enorme serpiente emergió de entre los camalotes, golpeó a Gutiérrez con la cola y lo dejó inconsciente, rodeó su cuerpo y trituró todos sus huesos, para luego engullirlo enterito frente a su esposa y sus hijos. Dos peones de la estancia, Genaro Duarte y Aurelio Benítez, acudieron a matar al animal y lo abrieron con un machete para extraer el cuerpo del infortunado.
El relato se parecía más a una escena del clásico filme de terror "Anaconda" del peruano Luis Llosa, que a un caso real, pero ni los periodistas de radio Aquidabán, ni los corresponsales concepcioneros de los principales medios de la capital, se detuvieron a analizarlo. Tenían una "bomba periodística" en las manos y había que despacharla en seguida para ganarle a la competencia.
En poco tiempo la noticia era propagada por la mayoría de las radios del país, estaba en las páginas informativas de internet, y recorría el mundo en cables de prestigiosas agencias como EFE y AP. Fue tema central de los noticieros de televisión, y al día siguiente mereció título de tapa en todos los diarios, con gran despliegue en sus páginas. El Paraguay era escenario de un hecho insólito y estremecedor, digno de los registros fantásticos de Ripley.
Pero el jueves 15 un periodista empezó a dudar cuando el hijo mayor del supuesto difunto comentó que su papá estaba trabajando en una estancia de Paso Barreto. Para la tarde, el fiscal Pedro Palacios ya había obtenido la confesión de María Estela Lima, de que simplemente inventó todo el relato como un recurso para conseguir ayuda. Y a la noche el supuesto devorado por la Kuriju apareció vivo y con buena salud en la sede de la Fiscalía, saludando sonriente ante las cámaras.
El fiasco periodístico fue mayúsculo. Casi todos los medios tuvieron que borrar con el codo lo que habían escrito con la mano. La mayoría le echó la culpa a la mujer, por mentirosa. Pero lo cierto es que hubo una gran irresponsabilidad colectiva de los corresponsales, reporteros y editores que manejaron la noticia, al no aplicar los filtros y sistemas de control que existen para detectar una información falsa.
Cualquier manual básico de periodismo aconseja chequear toda información antes de publicarla. María Estela llegó a afirmar que la Fiscalía de Puerto Pinasco intervino en el caso, y que el cadáver de Gutiérrez fue enviado a sus familiares a Puerto Guaraní. Bastaba un par de llamadas telefónicas para saber que nunca hubo tal intervención, y que el supuesto cadáver jamás llegó a destino.
Además, el relato tenía ribetes tan increíbles, que hubiera sido prudente la consulta a un zoólogo especialista. Así se hubiera sabido a tiempo que no existen las kurijus de diez metros, y que es materialmente imposible que una boa de este tipo engulla a un ser humano. Las anacondas si lo pueden hacer, pero hasta ahora no existen en el Paraguay.
Por suerte, el sistema de libre información también permite que las noticias falsas se detecten con el correr del tiempo. Las mentiras tienen patas cortas, y todo se descubre, tarde o temprano.
La anecdótica experiencia nos deja un sabor amargo a todos los comunicadores paraguayos. Es la comprobación de cuan superficialmente manejamos a veces un esencial bien público, como es la información, y el grave daño que podemos cometer por no hacer bien nuestra tarea. Y nos plantea, otra vez, la necesidad de un debate autocrítico sobre la ética y la responsabilidad social en el ejercicio del periodismo.
La inventada kuriju no se tragó al humilde peón de estancia, pero si devoró una importante porción de nuestra credibilidad periodística.

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