sábado, 23 de junio de 2012

Los días en que el Paraguay retrocedió en la historia


(Foto del maestro y amigo Zenoura)

Definitivamente, este junio paraguayo marca un antes y un después en la desgarrada historia del país.

Con la destitución del presidente de la República, Fernando Lugo, a través de un vertiginoso juicio político exprés, el Paraguay sale de nuevo gravemente herido en el tambaleante proceso de construcción de su institucionalidad democrática, y se exhibe ante el mundo como una frágil y vulnerable republiqueta, donde una camarilla política puede imponer impunemente sus intereses sectarios por encima de los de la mayoría.
Todas las críticas que uno pueda tener acerca de la generalmente pobre y torpe gestión del presidente Lugo y de varios miembros de su gabinete –hay excepciones muy honrosas–, no justifican ocasionar un viraje tan traumático en el Gobierno de un país, con su inevitable costo social y económico, de deterioro de imagen internacional, pero principalmente de involución en términos de consolidación de ciudadanía.
Dicen que el juicio político se ha ajustado plenamente a lo establecido en la Constitución Nacional, y hasta puede ser que así sea. Pero el que haya sido legal no significa necesariamente que haya sido legítimo.
No hace falta ser un experto en cuestiones jurídicas o políticas, para darse cuenta de que la sentencia ya estaba escrita mucho antes de que se instale el tribunal legislativo, y que todo el vertiginoso cumplimiento de los pasos procesales, incluyendo el muy escaso tiempo que se brindó para la defensa del mandatario enjuiciado, no fue más que puro formalismo.
¿Todo se hizo conforme a la Ley? Será tema de debate por mucho tiempo. Hay opiniones muy autorizadas, en contra y a favor, según de qué lado del espectro ideológico –o de los intereses del poder– se ubique uno. Pero, desde el lado de la vida cotidiana de la gente, que aspira a habitar en un país serio y digno, con oportunidades de prosperidad y desarrollo igualitario, con instituciones democráticas fortalecidas y creíbles, este lamentable episodio implica un doloroso retroceso en la historia.
Hoy se abre un tiempo de mayor incertidumbre, aunque igualmente desafiante. Por fortuna, los procesos de verdadera transformación nunca se realizan desde el poder, sino desde la gente común, la misma gente común que hace apenas un mes atrás nos sorprendió gratamente al autoconvocarse en las plazas del Congreso para evitar que los parlamentarios se apropien de 150.000 millones de guaraníes de fondos públicos para pagar a sus operadores políticos. ¿Esa conciencia seguirá viva? ¿Esa conciencia podrá ayudarnos a construir un mejor posluguismo?
A lo largo de su historia, la sociedad paraguaya pudo superar momentos muy difíciles. Confiemos en que también lo podamos hacer ahora, de la mejor manera posible.

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